- Un portátil antiguo con pantalla LCD - 1 punto
- MacBook Pro - 3 puntos
- Nokia 770 - 5 puntos
- iLiad - 8 puntos
- Libro - 10 puntos
Es decir, probablemente no queda tanto para que, desde el punto de vista del hardware, lleguemos a emular la calidad de lectura sobre el papel, y quien sabe si hasta superarla.
Otro tema es el de los formatos con que se publican electrónicamente los libros. Se necesitan, sobre todo, dos cosas, que todavía no se tienen, al menos en el grado debido: libertad y versatilidad.
Falta libertad desde el momento en que no podemos hacer con nuestro libro electrónico lo mismo que hacemos con nuestro libro de toda la vida: llevarlo a cualquier parte, esto es, instalarlo en cualquier sistema electrónico que tengamos o vayamos a tener; prestárselo a un amigo; etc. Lo que significa que jamás lograremos aquello de lo que ahora disfrutamos con un libro si no se frena definitivamente la barbaridad del DRM y toda la patraña vertida para justificarlo. En este sentido, resulta paradójico, incluso irónico, que el empuje que podría haber dado la popular Amazon, cuando sacó su Kindle, a la implantación de esta tecnología tenga más bien el efecto contrario: ¿quién quiere una biblioteca cerrada con una llave prestada y que nunca será suya? Si éste es el futuro del libro, mejor huir de él cuanto antes.
En cuanto a la versatilidad, es necesario encontrar formatos que respeten el diseño de la página sin impedir su adecuada transferencia a dispositivos electrónicos con distintas dimensiones de pantalla. Lo más parecido a una página impresa, desde el punto de vista electrónico, es el
pdf
. Pero un fichero pdf
está absolutamente limitado por lo que respecta a su capacidad de adaptarse a distintos dispositivos de visualización, básicamente porque nunca fue esa su intención. Últimamente se han diseñado otros formatos ---pienso, por ejemplo, en epub--- precisamente con el propósito de resolver estos problemas, formatos que deberían mejorar la situación en un futuro cercano, si los distribuidores de libros electrónicos los adoptasen masivamente.No obstante, la mayor dificultad sigue estando justamente en los productores de libros. En primer lugar, las editoriales, reacias como nadie a cambiar su modelo de negocio ---aunque hay excepciones, como, por ejemplo O'Reilly, siempre a la cabeza en cuanto a adaptación tecnológica se refiere---; en segundo lugar, los propios autores, que como punto de origen de toda la cadena de producción del libro, son los que disponen de la principal palabra en este asunto. Es una pena, como ya he lamentado en otras ocasiones, que tanto aquéllas, las editoriales, como éstos, los autores, no estén, salvo casos contados, a la altura de los tiempos. Estoy convencido de que si se venciese la reticencia de creadores y distribuidores, estaríamos todos muy pronto leyendo una buena parte de nuestros libros y documentos en dispositivos electrónicos mejorados, tanto en su hardware como en su software. Falta, como siempre, la masa crítica que ponga en marcha el proceso universal de transformación, y que sólo los que están en los primeros puestos de dicho proceso pueden hacer caer del lado favorable, como de hecho lo están haciendo caer del otro, es decir, frenando con su actitud conservadora lo que supondría una mejora evidente para los lectores. Para todos ellos, también para los nostálgicos del libro, entre los que, dicho sea de paso, me sigo contando.
[ Este texto ha sido publicado también en Libertonia ]