lunes, 1 de diciembre de 2008

Releer a Dostoyevski

No sé si por la educación recibida, por el carácter o, simplemente, porque algo haya de objetivamente vinculante en el asunto, el hecho es que sigo prefiriendo a los clásicos. No sólo me siguen gustando como antes ---esas primeras e inolvidables lecturas que uno acomete en la adolescencia--- sino que me siguen sorprendiendo con nuevas facetas, para mí casi impensadas.

Por ejemplo, ahora que ando releyendo a Dostoyevski, Los demonios hace unos meses y El idiota en estos momentos, descubro, casi con estupor, hasta qué punto me era necesaria una relectura para empezar a comprender el alcance de su "narrativa".

Porque es algo más que literatura lo que ahí se encuentra. Y no se trata ---como muchas veces se ha resaltado--- de la indiscutible finura psicológica. Lo sorprendente para mí es que Dostoyevski se me está presentando como un verdadero filósofo. No el tratadista o el ensayista al que estamos acostumbrados, sino como un filósofo a la antigua usanza, es decir, como uno de aquellos, frecuente en las historias legendarias de las diversas tradiciones, que plantea sus reflexiones y sus enigmas a través de ejemplos.

Todo el entramado narrativo se me muestran ahora tan sólo como un artificio adecuado para comunicar la urgencia extrema del problema moral y su enigmaticidad. Un problema inseparable de la propia complejidad de los personajes y de las intrincadas relaciones entre ellos y el trasfondo histórico e ideológico en el que se desenvuelven. ¿Puede acaso este problema, o, en general, cualquier problema real, ser vertido en un tratado o en un ensayo convencional? ¿No será que comienza a ser más inteligible precisamente bajo las formas que los filósofos académicos suelen menospreciar?

Es seguro que más de un estudioso habrá reflexionado ya sobre esta faceta del novelista ruso. Como no tengo conocimiento de los análisis eruditos sobre su obra, un descubrimiento así supone para mí una revelación no muy distinta de la que sentí en mis primeras lecturas y, en cierto modo, de mayor alcance.

Alguien dijo que había que releer a los clásicos. No era ese pesado profesor de literatura del colegio. Era el maestro al que sólo muchos años después estamos empezando a comprender.

Por lo pronto, esta noche no pasará sin un nuevo capítulo de Dostoyevski.