lunes, 1 de diciembre de 2008

Releer a Dostoyevski

No sé si por la educación recibida, por el carácter o, simplemente, porque algo haya de objetivamente vinculante en el asunto, el hecho es que sigo prefiriendo a los clásicos. No sólo me siguen gustando como antes ---esas primeras e inolvidables lecturas que uno acomete en la adolescencia--- sino que me siguen sorprendiendo con nuevas facetas, para mí casi impensadas.

Por ejemplo, ahora que ando releyendo a Dostoyevski, Los demonios hace unos meses y El idiota en estos momentos, descubro, casi con estupor, hasta qué punto me era necesaria una relectura para empezar a comprender el alcance de su "narrativa".

Porque es algo más que literatura lo que ahí se encuentra. Y no se trata ---como muchas veces se ha resaltado--- de la indiscutible finura psicológica. Lo sorprendente para mí es que Dostoyevski se me está presentando como un verdadero filósofo. No el tratadista o el ensayista al que estamos acostumbrados, sino como un filósofo a la antigua usanza, es decir, como uno de aquellos, frecuente en las historias legendarias de las diversas tradiciones, que plantea sus reflexiones y sus enigmas a través de ejemplos.

Todo el entramado narrativo se me muestran ahora tan sólo como un artificio adecuado para comunicar la urgencia extrema del problema moral y su enigmaticidad. Un problema inseparable de la propia complejidad de los personajes y de las intrincadas relaciones entre ellos y el trasfondo histórico e ideológico en el que se desenvuelven. ¿Puede acaso este problema, o, en general, cualquier problema real, ser vertido en un tratado o en un ensayo convencional? ¿No será que comienza a ser más inteligible precisamente bajo las formas que los filósofos académicos suelen menospreciar?

Es seguro que más de un estudioso habrá reflexionado ya sobre esta faceta del novelista ruso. Como no tengo conocimiento de los análisis eruditos sobre su obra, un descubrimiento así supone para mí una revelación no muy distinta de la que sentí en mis primeras lecturas y, en cierto modo, de mayor alcance.

Alguien dijo que había que releer a los clásicos. No era ese pesado profesor de literatura del colegio. Era el maestro al que sólo muchos años después estamos empezando a comprender.

Por lo pronto, esta noche no pasará sin un nuevo capítulo de Dostoyevski.

domingo, 30 de noviembre de 2008

RTFM o de los malos hábitos

[ Advertencia: Esta es una entrada técnica. Absténganse de leerla los no interesados en los entresijos de Unix y sistemas afines. ]

Casi todo usuario de Linux o sistemas semejantes tiene que ser a la vez y en alguna medida ---lo quiera o no--- administrador de sus propias máquinas. Lo malo es que empieza a ser demasiado común emprender tales tareas administrativas con la mente idiotizada del luser, y así nos va, hasta que nos damos cuenta de nuestro pecado.

Os cuento un ejemplo de esto mismo que me acaba de suceder. Yo, convertido en luser, y perdiendo horas sin tino, por no darme cuenta, de que, cuando hay que ser admin, no hay coartadas que valgan.

Todo empezó con mi cortafuegos ...

El caso es que tengo una máquina independiente funcionando desde hace unas semanas como cortafuegos.

Una de las primeras cosas que quería hacer era que los logs del cortafuegos me llegasen a mi estación de trabajo, no sólo por razones de seguridad, sino también de comodidad. [ Sí, ya sé, lo mejor es que estén en un único servidor de logging, pero mi presupuesto no da para tanto, de momento ]. Además de eso quería utilizar logcheck ---por razones que omito--- como analizador de los registros.

El asunto no parecía difícil ---y no lo es, si uno se conforma con las configuraciones estándar. Pero a mí me interesaba una opción poco convencional.

logcheck envía mensajes de correo al administrador cada cierto tiempo (via cron), sobre los registros almacenados en los /var/log/* que uno desee analizar. En debian ---que es mi distro--- los ficheros de registro que se quiere que logcheck analice se definen en /etc/logcheck/logcheck.logfiles. Ahora bien, lo que a mí me interesaba es que logcheck me enviase mensajes diferentes para cada máquina, o sea, uno para la máquina local y otro distinto para el cortafuegos o cualquier otra máquina remota.

El problema empezaba con que los registros del cortafuegos iban al mismo fichero que el de mi máquina local. Lo primero que pensé fue en sustituir syslog por syslog-ng, el cual permite una definición más versátil de los ficheros de destino, por ejemplo, permite (gracias a la variable $HOST) crear ficheros de logs diferentes para distintas máquinas. Así lo hice, y tras configurar adecuadamente syslog-ng tenía un fichero de registro independiente para los logs procedentes de mi cortafuegos. Ya sólo faltaba que logcheck analizara también ese fichero y quedase configurado para que me enviase, además de un mail sobre mi máquina local, otro distinto sobre mi cortafuegos.

Hasta aquí los preliminares. Y ahora empieza la anécdota propiamente dicha. Busqué rápidamente en la documentación de mi distribución del paquete logcheck ---esto es lo primero que leo cuando instalo un paquete que no conozco--- por si existía alguna información para lograr mi objetivo. No encontré nada ahí, y me fui directamente a google. Y ya se sabe que googlear puede consumir mucho tiempo. El caso es que tampoco encontré nada en google. O sí, encontré un programa newlogcheck, que envía cada cierto tiempo un único mensaje con un sumario del análisis realizado, dividido en tantas secciones como máquinas emisoras de registros se quieran controlar; algo parecido, pues, a lo que yo pretendía.

Pensé para mis adentros que si alguien se había tomado la molestia de escribir esto, había pocas esperanzas de que logcheck, por sí mismo y sin modificaciones del código, pudiera hacer lo que yo deseaba. Parece que tenía sólo dos opciones: adoptar newlogcheck o desisitir. No me apetecía introducir un nuevo programa en la jerarquía de mi distribución, pero tampoco desistí. Porque, de repente, algo en mi interior se sublevó: "pero, chaval, si ni siquiera te has leído con atención la página de manual de logcheck. Quién te ha visto y quién te ve". Era mi propia conciencia BOFH irritada, con razón, contra la pereza y desidia de mi personalidad luser. Hice caso a mi BOFH y me leí con atención la página logcheck(8). Y ahí estaba la respuesta a golpe de vista. Con un poco más de trabajo, que consistió en pasar por las páginas cron(8) y crontab(5), tenía el problema resuelto. Algo que, si lo hubiese hecho desde el principio, me habría llevado no más de media hora de investigación y ese algo menos de un minuto que cuesta añadir esta línea a /etc/crontab [ Debe ser una única línea, aunque puede aparecer dividida en los navegadores. El nombre/IP real de la interfaz de red local del cortafuegos ha sido omitido ]:

4 * * * * logcheck if [ -x /usr/sbin/logcheck ]; then nice -n10 /usr/sbin/logcheck -l /var/log/[mi-firewall]/kern.log -H firewall; fi


La anécdota concreta es lo de menos, pero sí importa ---y mucho--- la moraleja: "el luser es el único ser que tropieza siempre en la misma piedra: no dejes que tu estúpido Jekyll se apodere de tu 'buen' Hyde". O, dicho de modo más lacónico, pero no menos expresivo: RTFM!!

martes, 21 de octubre de 2008

Comentarios al blog

Los pocos que hayan visitado este blog en el escaso tiempo de vida que tiene se habrán dado cuenta de que la opción de comentario estaba desactivada por defecto salvo para usuarios registrados ( yo únicamente ;-) ).

La razón era simple: falta de tiempo. Este blog es un proyecto personal al que dedico sólo una parte muy pequeña de mi tiempo libre, y no me veo con las ganas de andar todo el día dándole vueltas, para limpiar spam, leer lo que otros escriben, etc.

No obstante, y volviendo a pensar sobre el asunto, me parece razonable cambiar de política o, al menos, probar a ver qué pasa. Quizá el spam sea reducido y quizá sean pocos los potenciales comentaristas, no más de los que pueda asumir sin alterar mi referido grado de implicación.

Por ello, de ahora en adelante y a modo de prueba, dejaré abierta la opción de comentar a cualquiera.

Me reservo la facultad de limitar esta opción (si me veo desbordado) a usuarios con credenciales OpenID, o sólo con cuenta en google, o incluso volver a la situación inicial. Que así no sea.

lunes, 20 de octubre de 2008

Mis programas de consola

En mi último envío propuse argumentos en defensa del uso de las aplicaciones de consola, con independencia de que se ejecuten desde la consola propiamente dicha o en un entorno de escritorio típico a través de un emulador de terminal. Cité además algunas, a modo de ejemplo.

He pensado que puede ser interesante para mis posibles lectores dejar constancia de las que utilizo con frecuencia. Casi todas tienen una o varias alternativas dentro también del mundo de la consola, de ahí que la selección sea estrictamente personal y obedezca tanto a razones de gusto, como a aspectos específicos de mi forma de usar el ordenador. Por ejemplo, puesto que edito todo con vim, tiendo a escoger aplicaciones cuyos atajos de teclado sean semejantes a los de vim o se puedan configurar fácilmente para hacerlos semejantes. Por otra parte, suelo preferir aplicaciones sencillas, que hacen bien una cosa y sólo una y cuyo consumo de recursos es reducido (o sea, que mis elecciones suelen estar en consonancia con la forma de pensar característica de Unix).

No pretendo comentar por separado estos programas (cada uno de ellos merecería un artículo aparte como mínimo), simplemente referirlos, describir su propósito someramente y de modo informal, e indicar, donde lo vea conveniente, algunas de las peculiaridades suyas que más me interesan.

Por otra parte, y aunque nadie me lea, siempre es agradable hablar, aun para uno mismo, de las cosas que gustan.

Vamos allá.


  • screen: Gestor de ventanas en pantalla completa que permite multiplexar distintos procesos. Las nuevas versiones disponen también de una mayor versatilidad en la definición de la forma de presentación de cada ventana (layout), así como de la posibilidad de organizarlas en grupos diferentes. Quizá su característica más destacada sea la de que, desde cualquier máquina remota, se puede abrir una sesión completa (o varias) de screen, con todos sus procesos en la situación en que estaban cuando cerramos dicha sesión en otra máquina. Un ejemplo: si estoy en mi casa trabajando con mis programas habituales de consola en una sesión de screen, puedo cerrar esa sesión (no apagar la máquina, claro, porque los procesos implicados deben seguir ejecutándose) y acceder luego a ella desde el ordenador del trabajo o desde la casa de un amigo, aunque su sistema operativo sea distinto. Basta con disponer de un emulador de terminal en este sistema y tener abierto el puerto correspondiente de mi máquina de casa.


  • vim: Editor rapidísimo, al que se pueden añadir todas las extensiones imaginables que convengan (mediante plugins o scripts). Su rápidez se basa en usar combinaciones sencillas de teclado (fáciles para la mano) gracias a su diferenciación de modos de operación distintos.


  • mutt: Un cliente de correo muy potente y versátil. Puede usarse como sistema autónomo y completo de correo (las nuevas versiones disponen de opciones incorporadas para recepción y envío de email), o se puede utilizar en combinación con programas específicos de transporte, de recogida, de distribución de correo y de control de spam.


  • newsbeuter: Un lector/agregador de fuentes RSS y similares. Permite importar fuentes ya existentes. Es muy sencillo y fácil de usar y configurar.


  • w3m: Navegador web y paginador. Me gusta especialmente, aparte de las teclas de movimiento al estilo vi, su función para poder seleccionar distintos navegadores gráficos, lo que permite ver cualquier página rápidamente en modo texto y revisarla con más detalle en su forma gráfica a golpe de una tecla.


  • ikiwiki: Un constructor de wikis escrito en Perl y con soporte CGI (es decir, a la antigua usanza), pero con una filosofía peculiar y novedosa si se la compara con otros sistemas de wiki. Su extensibilidad (mediante plugins) y flexibilidad son muy notables. Aunque su uso común implica la necesidad de un servidor web, es posible configurarlo para que funcione sin tener uno instalado, siempre que se use w3m para editarlo, ya que este último posee un soporte CGI incorporado. Igualmente destacable es el uso de un sistema real de control de versiones independiente (svn, git, etc). Cuando madure el plugin para latex (se está en ello) tendrá todo lo que necesito y exactamente como lo necesito. Merece la pena echarle un vistazo, incluso aunque no se use.


  • vifm: Un gestor de ficheros sencillo y con atajos de teclado a la vi, de ahí su nombre.


  • cplay: Un reproductor de ficheros de audio. Consume muy pocos recursos y es muy sencillo de usar.


  • shell-fm: Una aplicación de línea de comandos para reproducir flujos de la radio last.fm. Sencillísimo y eficaz.


  • htop: Un monitor en tiempo real de los procesos del sistema en la línea del top original, pero con una interfaz más amigable.


  • trafshow: Un monitor en tiempo real del tráfico de las interfaces de red. Es de los pocos que conozco para consola. Me permite tener a la vista, siempre que quiera, cómo se desarrolla el trafico, sin necesidad de ejecutar netstat o similares aplicaciones de línea de comandos, que reservo para cuando necesito conocer más detalles. En mi distribución (debian) forma parte del paquete netdiag.


  • aptitude: El frontend moderno de debian para administración de los paquetes de sus ingentes almacenes de software. Conviene echar un vistazo a la página de manual en cada nueva versión que sale, porque casi siempre incorpora novedades interesantes.


  • devtodo: Una aplicación de línea de comandos bastante sencilla de usar y que va exclusivamente de lo que va: de organizar y llevar la pista de las tareas pendientes. Puede almacenar distintas series de tareas según el directorio en que se esté y mostrarlas al cambiar a ese directorio.


  • wodim: Forma parte del proyecto cdrkit. Todo lo que necesito para escribir CDs/DVDs desde la línea de comandos. Aunque k3b sigue siendo una maravilla que nunca sobra.


  • pdftex: Mi herramienta habitual para construir un documento pdf a partir de una fuente TeX/LaTeX. Porque vivir en el mundo de los procesadores de textos es casi como vivir en la edad de hierro en lugar de en la edad de oro ;-)



Omito el recuento de aplicaciones de línea de comandos de uso común y genérico en sistemas Unix o GNU: herramientas típicas de acceso y procesamiento de ficheros, de administración, etc., porque son muchas, porque ya hay cientos de miles de páginas escritas al respecto y porque están a la mano de todos los que quieran.

Espero que este repaso general por "mi" caja de herramientas siga siendo un acicate para los amantes o curiosos de la consola. Los primeros conocerán casi todas, pero quizá alguna no les resulte familiar o ni siquiera hayan oído hablar de ella; los segundos, tienen materia de sobra para investigar y hurgar. Por lo menos, antes de que me entren ganas de redactar artículos específicos y extensos sobre alguna y acabe poniendo todo el plato precocinado en la mesa electrónica. Quien sabe :-)

domingo, 12 de octubre de 2008

Y al final, la línea de comandos

La puerta de entrada de la informática fue durante unos cuantos años la línea de órdenes (CLI en inglés), es decir, commnad line interface o línea de comandos, si se prefiere una traducción menos correcta, aunque más difundida.

Pero desde hace tiempo la interfaz gráfica de usuario (GUI) parece haber desplazado casi por completo a la interfaz original de puro texto.

Y sólo digo casi, porque sigue siendo ampliamente usada por los administradores de sistemas, por algunos "gurús" informáticos y por unos cuantos "freakies" de los computadores, generalmente asociados todos ellos a plataformas de software semejantes a Unix u a otras rarezas equivalentes.

¿Pero es realmente tan extravagante y trasnochado preferir la CLI a la GUI en un buen número, no desdeñable, de situaciones de trabajo con el ordenador?

En absoluto lo es. Y como prueba se pueden esgrimir muchas razones. Véanse, por ejemplo, las estupendas argumentaciones de Neal Stephenson en su clásico In the beginning was the command line, del que, por cierto, hay traducción a la lengua de Cervantes.

Hay ciertos campos en concreto, por ejemplo, en la edición de textos, donde, a mi entender, el abandono de la CLI ha provocado y provoca graves perjuicios, como traté de argumentar en El qué y el porqué de LaTeX [ el primer artículo que aparece en el documento enlazado ].

Pero, incluso, en las tareas básicas (programas de correo electrónico, agregadores de noticias, editores, navegadores de ficheros, navegadores web, ...), las aplicaciones de línea de ordenes, son inmejorables en muchos sentidos. Citaré sólo unos cuantos:

  • Son mucho más rápidas, tanto porque tales programas consumen muy pocos recursos, como porque todas las operaciones se realizan comúnmente sin levantar los dedos del teclado.

  • Están disponibles para infinidad de sistemas operativos y arquitecturas de hardware.

  • Pueden ejecutarse en ordenadores realmente antiguos o con recursos muy limitados si se los compara con los actuales ordenadores de escritorio. Son por ello "ecológicas".

  • Son, en su inmensa mayoría ---como lo suele ser el software creado por los padres de la informática---, libres, en el doble sentido que la palabra inglesa free tiene de gratuito y abierto (el código permanece abierto a la inspección y, en su caso, a la oportuna modificación y mejora de cualquiera que lo desee). Aunque esto no es característica únicamente suya. Pues, como se sabe, el movimiento de software libre u open source ha creado también y sigue creando magníficas herramientas para la GUI.


Es difícil pedir más por menos. Y hay más, si se busca un poco. Por ejemplo, bajo una aplicación como screen se pueden ejecutar los típicos programas citados en un determinado ordenador, cerrarlos todos, y volver a abrirlos desde otro ordenador remoto regresando exactamente al mismo punto en el que estaban todas las aplicaciones que corrían sobre screen cuando abandonamos la sesión en la primera de las máquinas, y todo ello con indiferencia del sistema operativo bajo el que funcionen los susodichos ordenadores y con una fiabilidad que es difícil, si no imposible, encontrar en aplicaciones gráficas de similar propósito.

Se me dirá, con razón, que renunciar a las aplicaciones gráficas es locura allí donde son insustituibles, es decir, donde el dato manejado es justamente la imagen (programas de visualización o edición fotográfica, lectores de pdf, reproductores de vídeo, etc.).

Nada más lejos de mi intención. Sin embargo, es perfectamente posible y razonable permitir que convivan limpiamente unas y otras aplicaciones (CLI y GUI). Los entornos modernos de escritorio permiten hacerlo con facilidad a través de sus emuladores de terminal o consola. De forma que es perfectamente natural y absolutamente transparente al usuario la ejecución de aplicaciones gráficas desde nuestras aplicaciones de puro texto.

Para terminar, dejo aquí unos pantallazos de algunos de los programas CLI, ejecutados desde una sesión de screen, que yo mismo uso desde un único terminal en mi escritorio de KDE4 (se verá que es KDE4 por el icono de plasma que aparece en la parte superior izquierda). O sea, el escritorio de última generación conviviendo con algunos conspicuos miembros del CLI-clan. Por eso, de lo de predicar con el ejemplo ;-)

mutt, el cartero legendario:



w3m, el postrero de los clásicos:



htop, el joven domador de procesos:



nethack, el origen del submundo:

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Dilemas de la enseñanza elemental en los conservatorios

La realidad es compleja y las matizaciones son imprescindibles y nunca completamente suficientes.

En mi anterior artículo me referí a la necesidad de una toma de decisión consciente y meditada cuando se trata de estudiar música en serio.

Claro, es relativamente fácil hacer esto cuando se es adulto. Pero lo habitual es que la música se empiece a estudiar a una edad temprana, donde esa conciencia y capacidad de decisión no existen. Por otra parte, tampoco en la infancia se puede apelar, salvo en casos extraordinarios, a una vocación perceptible, pues la mayoría de las veces o no está presente todavía o, como mucho, se halla en un estado demasiado incipiente como para que pueda ser un punto de referencia determinante.

Parece, pues, que se genera una contradicción insalvable. Se nos recomienda ---dirían los padres--- que hay que dejar de actuar a la ligera, pero no tenemos criterios para obrar adecuadamente.

Gran parte de esta contradicción tiene su origen en lo que, a mi entender, es una infraestructura inadecuada de la enseñanza musical en nuestro país. En mi opinión, y salvo casos muy excepcionales, la enseñanza instrumental debería comenzarse entre los once y los doce años, después de un período más o menos largo de práctica musical global, no especializada. Si, para ser más realistas, se acepta la posibilidad de iniciarse en el instrumento con anterioridad a la edad sugerida, debería hacerse de una forma menos intensa y siempre en un marco colectivo y liviano para los niños. Sobre esto podría extenderme mucho, lo reservo para otra ocasión. En definitiva, no creo que los conservatorios profesionales deban asumir la impartición de enseñanzas elementales. Y creo que los que idearon la infraestructura de la que hablo estaban pensando en que el entonces llamado grado elemental fuese poco a poco absorbido por escuelas de música, que, dotadas de proyectos bien diseñados, pudiesen ofrecer una vía de formación tanto para aficionados como para niños, dejando abierta, en este último caso, la posibilidad de una preparación más intensa y meticulosa cuando se percibiese en el alumno una vocación musical y una capacidad suficiente como para iniciar, con posterioridad, los estudios profesionales.

Este ideal se cumple en muy escasa medida. Y de momento, los conservatorios siguen teniendo que asumir la formación de los pequeños sin una estructuración de las materias curriculares y de la distribución horaria que convenga a su edad.

¿Qué hacer entonces? La cosa no es sencilla, pero aún se puede tratar de equilibrar con el esfuerzo tanto de los padres como de los profesores. Los profesores tienen que adaptar su enseñanza a esta realidad reduciendo todo lo que sea necesario y hasta el límite de lo posible el nivel de exigencia, sin que ello suponga un detrimento en la eficacia de la formación. "Poco, pero bueno", sería la máxima rectora aquí. Los padres, a su vez, tienen que colaborar creando hábitos de trabajo en sus hijos ---algún trabajo es necesario, es inevitable--- y, muy especialmente, valorando a lo largo de esos primeros años, junto con el profesor, el grado de implicación del niño. Ni que decir tiene que habría que abstenerse de empezar o de continuar allí donde se observa una reticencia significativa por parte del niño, cosa que sucede más veces de las que quisiéramos, porque lógicamente los niños también tienen derecho a saber si quieren o no hacer lo que sus padres proponen. Después de dos o tres años de trabajo en esta dirección debería quedar más o menos claro si ha surgido en el alumno la vocación suficiente y la consiguiente capacidad de trabajo como para continuar los estudios a un nivel profesional, donde el grado de dificultad ya no puede reducirse artificialmente.

Lo que sugiero no es una panacea universal, pero es, al menos, un primer paso para buscar un equilibrio. Y tampoco con ello quedan resueltos todos los problemas. Algún día habrá que hablar de cómo también en la adolescencia se producen desequilibrios inevitables que dificultan mucho el desarrollo de una enseñanza musical especializada. Queda para la próxima reflexión.

martes, 23 de septiembre de 2008

¿Por qué estudiar música?

El título de esta entrada puede resultar sorprendente. Lo normal ---se dirá--- sería haber escrito justo lo contrario: ¿por qué no estudiar música? Eso sería lo normal o, más bien, lo que se acomoda a la tendencia dominante. Porque lo que está efectivamente de moda es incentivar a toda costa la participación activa en cualquier esfera de la cultura. Está de moda, por ejemplo, matricular a los hijos en un buena cantidad de actividades culturales ---cuantas más, mejor---, con el fin de procurarles una buena formación, pero sin cuestionar si el número de esas actividades o su carácter se adecúan realmente a ese fin.

Un ejemplo claro de cómo esta falta de cuestionamiento tiene lamentables efectos en la realidad es el de la enseñanza musical especializada. Y por eso la pregunta inicial debe ser siempre la de por qué estudiar música, si es que tenemos en cuenta lo que ha dicho siempre el sentido común, que es todo lo contrario, lo de no meterse en camisa de once varas, a no ser que haya razones suficientemente poderosas para hacerlo.

Una aclaración, antes de seguir adelante. Por enseñanza musical especializada entiendo aquélla cuyo objetivo es la formación musical profesional. En nuestro país eso quiere decir la que se imparte oficialmente en los conservatorios profesionales de música o la que proporcionan diferentes iniciativas privadas con su mismo objetivo. Quedan, pues, excluidas de mi reflexión otras formas de educación musical, como las que tienen lugar en las enseñanzas obligatorias o en centros cuyo propósito es cubrir la demanda de una práctica musical aficionada.

Pues bien, la pregunta es tanto más pertinente cuanto que prácticamente nadie se la hace, ni los padres, ni los alumnos, ni las instituciones. Y hay que hacérsela si no se quiere ninguna de estas tres cosas:

1.- Desaprovechar el dinero público manteniendo a los profesionales que imparten dichas enseñanzas en funciones de entretenimiento y no de formación seria.

2.- Provocar la ineficacia de esos mismos profesionales, que al fin y al cabo son la espina dorsal de la música del futuro. ---Es el proceso típico del "quemado", alguien que se acostumbra a realizar tareas que están muy por debajo de su competencia profesional y que, víctima de una aburrimiento mortal y generalizado, ya no es capaz de distinguir cuándo debe aplicar su esfuerzo y su saber hacer, si es que no lo ha perdido por el camino.

3.- Causar el disgusto y la repulsión hacia la música en todos los alumnos que no estaban preparados para una enseñanza musical especializada y que sí podían haberlo estado para un contacto más liviano y ligero con la actividad musical.

¿Por qué puede suceder todo esto? ¿No se trata de una exageración disparatada? ¿Es que la música es sólo para unos pocos elegidos, y al resto que le zurzan?

Pues sí, así es, la música, a nivel profesional ---insisto---, es sólo para unos pocos, lo mismo que la arquitectura, el ciclismo de competición o la astronáutica; y nadie se lleva las manos a la cabeza porque no salten astronautas, ganadores del Tour o arquitectos cada vez que se da un puntapié a una piedra. Pero que no se me malentienda, no creo que hagan faltan unas condiciones innatas mozartianas para ser un buen músico, bastan el interés y el trabajo.

Interés y trabajo. Una mala combinación en estos tiempos que corren. Y es aquí donde está el meollo de la cuestión. Hoy se da por entendido ---resabios de una pedagogía de nuevo cuño mal digerida--- que el gusto no debe corromperse con un exceso de trabajo y que el placer se aviene mal con la exigencia de un entrenamiento continuo y sin concesiones. Craso error. El interés está ahí precisamente para mantener firme el ánimo cuando el esfuerzo de un trabajo duro, cuyos frutos son tardíos, no se ve recompensado a las primeras de cambio. Y esto vale no sólo para la música, sino para cualquier actividad cuya dificultad intrínseca exija mucho tiempo de dedicación.

Esta es la realidad, dura para algunos, pero realidad al cabo, y que, por tanto, es inalterable, aunque disguste a la mayoría: la música es difícil. Nadie lo va a decir, no vende, no es políticamente correcto. La música no es "Operación Triunfo". Es un trabajo de años, un trabajo artesanal, delicado y minucioso, que conlleva grandes dosis de paciencia y disciplina diaria, especialmente en el caso de la practica de instrumentos solistas (guitarra, piano, etc.), pero cuyos resultados son extraordinarios, maravillosos, si se siguen los pasos adecuados y hay buenos profesores que alivien la tarea. Por cierto ---no lo dije---, es uno mismo el que aprende; el profesor se limita a facilitar, a veces enormemente, el aprendizaje, pero no dispone de la varita mágica de producción de músicos en cadena.

Dicho todo esto, debería quedar clara cuál es la respuesta a la pregunta con que se iniciaba la reflexión. Si quieres ser un músico, si quieres que tu hijo lo sea, adelante, pero no te dejes llevar por veleidades inconsistentes. No malgastes el dinero de todos, ni eches a perder el amor que el músico que enseña y el que aprende deben guardar como oro en paño. El valor del premio es, sin duda, impagable, pero la cuesta es empinada, muy empinada a veces, acorde con lo incalculable de la ganancia. Que nadie se ponga luego a criticar a quien no debe o a soltar eso de que las uvas no estaban maduras. Quizá lo que no estaba suficientemente madura era esa supuesta pasión por la música, que acaso solo fuese más pretendida que verdadera, como casi todas las "pasiones" que pululan por la escena del presente.

[ Algunos matices más pueden consultarse en este otro artículo ]

sábado, 6 de septiembre de 2008

Wall-e y la música en el cine

La música representa habitualmente un papel secundario en las obras cinematográficas: creación de ambientes, subrayado de las tensiones narrativas (por ejemplo, en el climax de una escena), leitmotivs, etc. Cualquiera podrá recordar multitud de ejemplos de este tipo.

Poco común es su aplicación como elemento determinante del transcurso del film, es decir, como ingrediente sin cuya presencia y percepción dejaría de tener sentido pleno el decurso propiamente fílmico y su significado.

Se podría aventurar que un uso tan poco convencional de la música no podrá encontrarse sino en películas de audiencias minoritarias y sesudas. Esta suposición deviene falsa incluso allí donde no se podría siquiera sospechar.

Wall-E, la nueva película de Pixar Animation Studios, una película de animación para niños y de masiva distribución, es un caso sorprendente de utilización de una música como componente primario, significativo e, incluso, estructural.

Me refiero, en particular, a la utilización en un momento crucial del film de aquellos famosos compases del poema sinfónico de Richard Strauss Also sprach Zaratustra, que Stanley Kubrik utilizó en su magistral 2001. El juego de múltiples referencias es aquí notable. Veamos cómo se construye paso a paso su significación inicial, esto es, aquella de la que se dispone antes de ver Wall-E.

En su obra emblemática Also sprach Zarathustra, Nietzsche plantea la posibilidad del superhombre, del Übermensch, que, según el, constituye la necesaria transformación que el hombre debe procurar para alcanzar un estadio supremo de conocimiento y poder. Este texto sirve, a su vez, de base al poema sinfónico del mismo nombre compuesto por Richard Strauss. Kubrick, por su parte, utiliza la música de Strauss para articular los momentos decisivos de transformación evolutiva que sufren los personajes (representantes de la humanidad) en su película 2001. Es decir, en Kubrick la música de Strauss se emplea ya con una notable y consciente carga significativa, justamente la que procede de su referencia al tema nietzscheano: la transformación pretendida por Nietzsche es interpretada libremente por Kubrick como proceso evolutivo, y en concreto ---lo cual es evidente para el que ha visto 2001--- como el paso de la bestia al hombre, primero, del hombre que, después, en su máximo apogeo, se lanza al espacio y que, finalmente, acaba evolucionando hacia una forma de vida superior en las retortas de un laboratorio extraterrestre. La articulación de estas transformaciones se efectúa en 2001, como decía, a través del motivo musical de Strauss. Y ello resulta especialmente evidente y eficaz por el hecho de que 2001 es una película prácticamente muda en su mayor parte ---como, por cierto, lo es Wall-E--- y donde la música tiene una presencia consiguientemente sustancial.

Justamente son estos compases de Strauss los que se utilizan en un momento crítico de Wall-e. También aquí la música marca el inicio de una "transformación evolutiva" consistente en un volver a reconquistar la Tierra, en un volver a sembrarla de vida, a cultivarla, proceso que, dicho sea de paso, vendrá motivado por una inteligencia artificial (Wall-E) que es, por ello, el reverso de ese Hal antihumano de 2001, también recreado en el film de Pixar.

Esta explicación resultará muy confusa para quien no haya visto Wall-E, pero prefiero no ser más concreto y no desvelar los detalles del argumento.

Lo importante es constatar que sin esta remisión al significado descrito de la música de Strauss, se deja de percibir su función estructural en Wall-E y su carácter de referencia inevitable a 2001. De hecho ---y como anécdota personal--- diré que sólo en ese momento se cerró para mí el círculo de las sospechas que, mientras visionaba el film, me iba formando sobre su relación con la película de Kubrick.

No es la primera vez que Pixar usa esta música de Strauss, ya lo hizo ---me viene a la memoria--- en una secuencia de Toy Story 2. Pero, mientras que allí no tenía ninguna función estructural destacable ---se trataba de un mero guiño cómico---, aquí se carga de sentido por el hecho de que su argumento, e incluso, su construcción formal está plagada de referencias a 2001. Hasta tal punto que me atrevería a calificarla como un remake peculiar, una versión invertida, de la obra de Kubrick.

Una prueba más de que los realizadores de Wall-E son perfectamente conscientes de esta artimaña narrátivo-musical son los títulos de crédito finales. Los conocedores de las películas de Pixar saben que no deben abandonar la sala hasta el último fotograma. Si tampoco lo hacen en Wall-e descubrirán la imaginativa forma en que este retorno a los origines, en cuanto transformación evolutiva, que se inicia en la secuencia del film que acabo de analizar, es representada en dichos títulos de crédito, donde se filma la historia entera del hombre, desde el hombre de las cavernas hasta el de los primeros juegos de computadora. También se darán cuenta del efecto de distanciamiento autorreferencial que provoca justo el último fotograma, un efecto típico de ciertas obras escénicas y cinematográficas "cultas".

Es una lástima, por otra parte, que la especialización a la que estamos acostumbrados, dificulte la conexión interdisciplinar de las artes. Posiblemente sólo los cinéfilos empedernidos sean capaces de ver estas conexiones sutiles entre música y cine a las que me he referido. Conozco muy pocos músicos, especialmente jóvenes, que hayan visto o que hayan oído hablar siquiera de 2001, una obra fundamental de la historia del cine. Es más probable que se atrevan con Wall-E, pues se trata ---pensarán--- de una obra ligera de entretenimiento. Desgraciadamente la verán, con suerte, como los niños que asistan a la proyección ---lo cual está muy bien cuando se es un niño---, pero se perderán el original e ingenioso entramado de referencias cinematográficas y musicales, y la consiguiente enseñanza: la música puede también contribuir de un modo muy significativo a la configuración estructural de una obra no estrictamente musical.

Programación de altura con HtDP

Hace unos meses hice una breve reseña del libro How to Design Programs [HtDP], un texto de introducción a la programación, que es excepcional en muchos sentidos.

Los autores están preparando desde hace tiempo una segunda edición. La fecha de publicación es indeterminada, porque la redacción de HtDP/2e es sólo una parte pequeña de su trabajo de escritura, de investigación y de enseñanza. No obstante, se puede percibir algo del enfoque que habrá allí, si se lee una versión previa del prólogo de esta edición futura.

La intención de dicho prólogo no es sino la de acercar al lector, en la forma de una inmersión activa e informal, a la práctica de la programación. Esto no es nuevo en los buenos libros de iniciación, me refiero al hecho de empezar a programar, sin detenerse en las sutilezas del lenguaje empleado o en el estudio riguroso de los conceptos introducidos. Ni siquiera es nuevo elegir un ejemplo atractivo como base para la realización de un pequeño programa (en este caso se trata de la visualización de un cohete espacial aterrizando).

No obstante, y en muy pocas páginas (mérito también de PLT-Scheme) se pasa revista a las cuatro o cinco cosas esenciales para todo principiante: tipos de datos. identidad conceptual de las operaciones sobre dichos tipos, definición y aplicación de funciones, control del flujo ---aquí mediante expresiones condicionales---, definición de variables y refactorización de programas, metodología de desarrollo incremental, necesidad del conocimiento del dominio de la aplicación, recursividad y uso de funciones de biblioteca. Además, y a la vez, se aprende a usar la herramienta que servirá de base para los desarrollos posteriores (DrScheme).

Si ya en esto el breve texto es excelente y mejor que muchos de los existentes, donde destaca de forma más original es en algunas profundas apreciaciones que, al paso, se van haciendo, como, por ejemplo, la de insistir en que diseñar programas (desde el punto de vista de este paradigma funcional) no es diferente en esencia al de hacer aritmética o, en general, álgebra, si bien los datos sobre los que se aplica esta aritmética no tengan que ser necesariamente números.

Pero hay más ---la mayor sorpresa queda diferida al final del prólogo: después de esta breve inmersión, el lector se verá tan reconfortado ---al fin y al cabo ha conseguido construir un programa muy simple, pero que funciona, refinándolo incrementalmente y haciendo uso de funciones de biblioteca---, que quizá se sienta ya preparado para enfrentarse a la tarea de aplicar sus nuevos conocimientos a programas de mayor enjundia; en definitiva, que tal vez se considere ya un programador en ciernes. Y de hecho, no pocos de los que se creen programadores se quedan en este punto y no dan un paso, el paso decisivo, más allá de él.

Pero veamos que dice el texto que refiero al respecto:


Adquirir las habilidades mecánicas de la programación ---aprender como escribir instrucciones o expresiones que el computador comprenda, llegar a conocer qué funciones hay disponibles en las bibliotecas, y actividades similares--- no son de mucha ayuda en la programación real. Pretender tal cosa es como pretender que un niño de diez años que sabe driblar puede entrenar a un equipo profesional de fútbol. Es también semejante a pretender que memorizar mil palabras de un diccionario y unas pocas reglas de un libro gramática permite aprender una lengua extranjera.

Programar es mucho más que la mecánica de la adquisición del lenguaje. Programar es algo que tiene que ver [, más bien,] con leer los enunciados de un problema y extraer sus conceptos fundamentales, con representarse qué es lo que realmente se quiere, con explorar ejemplos que fortalezcan el conocimiento intuitivo del problema, con organizar este conocimiento y con conocer lo que todavía no se conoce, con llenar todas estas últimos y pequeñas lagunas, con asegurarse de que las cosas funcionen realmente y de que lo harán así en el futuro. En breve, trata en realidad de resolver problemas de un modo sistemático.


Y todo esto, que es de lo que realmente va la programación, es lo que pretende ser el libro que el prólogo reseñado introduce y que es, ni más ni menos, aquello en lo que radica la originalidad de HtDP con las novedades y refinamientos que, a buen seguro, la segunda edición incorporará. Su excelencia, por otra parte, es la de hacerlo de un modo sistemático, bien secuenciado y motivador, de forma que el alumno, el lector, llegue, con esfuerzo, pero sin dificultad, a cubrir un objetivo que de otro modo sería inalcanzable.

Pues, en efecto, la virtud de un buen libro de texto, y especialmente de los libros introductorios, en éste o en cualquier campo, es guiar al principiante por los complejos mundos de su ámbito con originalidad y profundidad en lo tocante a la materia tratada ---lo que supone, ni que decir tiene, un conocimiento preciso del asunto---. pero de forma que el camino, aún siendo en sí difícil, resulte practicable, y hasta sorprendentemente fácil a veces.

Reunir ambas cualidades, excelencia en el contenido de la materia impartida y maestría en la forma de enseñarla, es una virtud a la mano de muy pocos. HtDP y sus secuelas gozan, en mi opinión, de este escaso y preciado don.

domingo, 31 de agosto de 2008

Futuro del libro electrónico

Ningún soporte electrónico de lectura puede, en la actualidad, compararse con un libro bien editado ---buen papel, buena impresión y diseño---, sigue habiendo ---es incuestionable--- una diferencia. Pero, con el papel electrónico, esta diferencia se va acortando. Curiosamente a propósito del iLiad, salió hace dos días esta reseña, donde su autor proponía una escala subjetiva de puntuación, de 1 a 10, sobre la calidad de visualización de los soportes de lectura actuales. Según él la escala, que comparto hasta donde conozco los dispositivos, sería la siguiente:

- Un portátil antiguo con pantalla LCD - 1 punto
- MacBook Pro - 3 puntos
- Nokia 770 - 5 puntos
- iLiad - 8 puntos
- Libro - 10 puntos

Es decir, probablemente no queda tanto para que, desde el punto de vista del hardware, lleguemos a emular la calidad de lectura sobre el papel, y quien sabe si hasta superarla.

Otro tema es el de los formatos con que se publican electrónicamente los libros. Se necesitan, sobre todo, dos cosas, que todavía no se tienen, al menos en el grado debido: libertad y versatilidad.

Falta libertad desde el momento en que no podemos hacer con nuestro libro electrónico lo mismo que hacemos con nuestro libro de toda la vida: llevarlo a cualquier parte, esto es, instalarlo en cualquier sistema electrónico que tengamos o vayamos a tener; prestárselo a un amigo; etc. Lo que significa que jamás lograremos aquello de lo que ahora disfrutamos con un libro si no se frena definitivamente la barbaridad del DRM y toda la patraña vertida para justificarlo. En este sentido, resulta paradójico, incluso irónico, que el empuje que podría haber dado la popular Amazon, cuando sacó su Kindle, a la implantación de esta tecnología tenga más bien el efecto contrario: ¿quién quiere una biblioteca cerrada con una llave prestada y que nunca será suya? Si éste es el futuro del libro, mejor huir de él cuanto antes.

En cuanto a la versatilidad, es necesario encontrar formatos que respeten el diseño de la página sin impedir su adecuada transferencia a dispositivos electrónicos con distintas dimensiones de pantalla. Lo más parecido a una página impresa, desde el punto de vista electrónico, es el pdf. Pero un fichero pdf está absolutamente limitado por lo que respecta a su capacidad de adaptarse a distintos dispositivos de visualización, básicamente porque nunca fue esa su intención. Últimamente se han diseñado otros formatos ---pienso, por ejemplo, en epub--- precisamente con el propósito de resolver estos problemas, formatos que deberían mejorar la situación en un futuro cercano, si los distribuidores de libros electrónicos los adoptasen masivamente.

No obstante, la mayor dificultad sigue estando justamente en los productores de libros. En primer lugar, las editoriales, reacias como nadie a cambiar su modelo de negocio ---aunque hay excepciones, como, por ejemplo O'Reilly, siempre a la cabeza en cuanto a adaptación tecnológica se refiere---; en segundo lugar, los propios autores, que como punto de origen de toda la cadena de producción del libro, son los que disponen de la principal palabra en este asunto. Es una pena, como ya he lamentado en otras ocasiones, que tanto aquéllas, las editoriales, como éstos, los autores, no estén, salvo casos contados, a la altura de los tiempos. Estoy convencido de que si se venciese la reticencia de creadores y distribuidores, estaríamos todos muy pronto leyendo una buena parte de nuestros libros y documentos en dispositivos electrónicos mejorados, tanto en su hardware como en su software. Falta, como siempre, la masa crítica que ponga en marcha el proceso universal de transformación, y que sólo los que están en los primeros puestos de dicho proceso pueden hacer caer del lado favorable, como de hecho lo están haciendo caer del otro, es decir, frenando con su actitud conservadora lo que supondría una mejora evidente para los lectores. Para todos ellos, también para los nostálgicos del libro, entre los que, dicho sea de paso, me sigo contando.

[ Este texto ha sido publicado también en Libertonia ]

lunes, 30 de junio de 2008

LaTeX para las Humanidades: una experiencia de publicación

Nada mejor que utilizar las propias experiencias como medio para probar algo. La experiencia que voy a contar constituye un ejemplo palpable de cómo la publicación de un libro bajo una licencia libre permite su difusión y visibilidad a una escala mucho mayor de la que se obtendría mediante un sistema tradicional (cerrado) de publicación. Por supuesto que ésta no es la razón fundamental para publicar bajo una licencia libre, pero sí puede servir para refutar la opinión común de los autores que creen que el hecho de no estar bajo el amparo de una editorial tradicional y conocida implica condenar su obra a la invisibilidad.

Es necesario advertir que el asunto del libro facilitó ---no me cabe duda--- el proceso que relataré. Es más, estoy convencido de que, si el libro hubiera versado sobre un asunto diferente ---en concreto, sobre un tema ajeno al de las ciencias puras---, otro gallo hubiera cantado. Pero esto último lo único que prueba es que particularmente en los ámbitos humanísticos subsiste una fuerte resistencia a cambiar hacia modelos mucho más interesantes de difusión y promoción del conocimiento.

Pues bien, hace unos años se me ocurrió escribir un pequeño libro de iniciación a LaTeX en el terreno de las Humanidades (LaTeX para las Humanidades). Lo hice porque creía, y todavía creo, que las ventajas de este sistema de preparación de documentos no se estaban aprovechando, como debieran, en esos ámbitos, pero sobre todo lo hice porque me divertí mucho mientras lo escribía. Huelga decir que la satisfacción personal, más allá de cualquier acontecimiento posterior imaginable, fue la única fuente de motivación que esperaba y deseaba.

No obstante, una vez finalizado el proceso de escritura, pensé por un momento que el texto podría interesar a mis compañeros de Libertonia, un grupo de gente muy competente y estupenda que mantenía interesantísimas conversaciones sobre software libre y temas relacionados en uno de los sitios más emblemáticos y valorados de la época. Ni corto ni perezoso puse una entrada sobre el libro en mi diario de Libertonia. A partir de ese momento dejé de llevar la iniciativa ---nótese cuán pequeña fue---, todo lo demás sucedió por obra de la propia comunidad.

La mecha la encendió uno de los usuarios con más conocimiento de LaTeX que había entre los libertonianos y que estaba, además, suscrito a la lista de correo de usuarios hispanohablantes de TeX (CervanTeX). Fue él quien envió a esta lista un correo al respecto. Al poco tiempo, el libro apareció citado en la página web de CervanTeX, el sitio de referencia para bibliografía en castellano sobre TeX. Por otra parte, el encargado de la publicación de TeXemplares, boletín de CervanTeX, se puso en contacto conmigo para escribir una reseña de mi libro, cosa que hice. Este artículo, y el libro, llegaron incluso a aparecer comentados poco después en el TUGboat, boletín del grupo internacional de usuarios de TeX, la referencia online más importante a nivel mundial sobre TeX. Incluso, en contacto con una responsable del TUG, se barajó la posibilidad de una traducción al inglés de mi reseña, algo que, desgraciadamente, excedía ---y excede--- mi competencia en la lengua de Shakespeare.

Y la cosa no terminó ahí. Los responsables de la organización del congreso días Caldum sobre software libre, patrocinado por la Universidad de Murcia, se pusieron en contacto conmigo para ofrecer una conferencia sobre LaTeX, en la línea de mi LaTeX para las Humanidades, un extracto de esa conferencia salió posteriormente publicado en el propio TeXemplares, bajo el título El qué y el porqué de LaTeX. Todavía recuerdo la forma peculiar en quedé con el responsable del evento. Como no nos conocíamos, tuvimos que utilizar algún señuelo, igual que en las películas de espías ;-) . Finalmente, alguien se molestó en introducir una referencia al libro en la Wikipedia.

Aparte de todo esto, varios usuarios me han ido enviado elogios y propuestas o correcciones para mejorar el libro, cosa que les agradezco enormemente.

Quizá lo único que ha faltado es la participación directa de nuevos escritores. Es comprensible, por otra parte, que ello no haya sucedido todavía, dado el carácter "literario" del escrito: resulta difícil colaborar en algo con un sello estilístico tan personal. También falta, desde luego, que yo encuentre el tiempo y las ganas para realizar nuevas mejoras en el documento. Tal vez algún día llegue de nuevo el momento.

Lo más importante de la anécdota que acabo de relatar es que ninguna de las personas citadas tenía conocimiento de quién estaba bajo el seudónimo con el que publiqué el libro, es decir, únicamente el propio libro puso en marcha todo el extraordinario conjunto de reacciones que suscitó. Esto demuestra hasta qué punto una producción cultural habla por sí sola y cómo, en ausencia del argumento de autoridad, es posible que se desencadene un proceso de difusión inimaginable en los modelos tradicionales de distribución. Eso sí, la clave está en esa comunidad atenta a lo que surge y poco proclive a conceder valor a algo únicamente por la notoriedad de quien lo firma, en lugar de por lo que el producto pueda contener de valioso en sí mismo. Una comunidad de esta clase ha sido, desde sus orígenes, la comunidad del software libre, y es, sin duda, el ejemplo para todas las comunidades que, tras ella, están empezando a poner las bases del conocimiento abierto.

Mi esperanza es que los autores de todos los ámbitos y especialidades se animen a traspasar el umbral de esta nueva época. ¿Alguien duda de que ése va a ser el futuro?

miércoles, 25 de junio de 2008

Contra la especialización

En un famoso texto de Also sprach Zarathustra Nietzsche dice lo siguiente:


Und als ich aus meiner Einsamkeit kam und zum ersten Male über diese Brücke gieng: da traute ich meinen Augen nicht und sah hin, und wieder hin, und sagte endlich: `das ist ein Ohr! Ein Ohr, so gross wie ein Mensch!` [...] Das Volk sagte mir aber, das grosse Ohr sei nicht nur ein Mensch, sondern ein grosser Mensch, ein Genie. Aber ich glaubte dem Volke niemals, wenn es von grossen Menschen redete - und behielt meinen Glauben bei, dass es ein umgekehrter Krüppel sei, der an Allem zu wenig und an Einem zu viel habe.



[ Y cuando venía de mi soledad y por primera vez cruzaba este puente, no podía creer lo que veía, miraba una y otra vez y finalmente dije: `¡esto es una oreja!, ¡una oreja del tamaño de un hombre! `[...] La gente me decía, sin embargo, que esta gran oreja no era sólo un hombre, sino un gran hombre, un genio. Pero nunca he creído a la gente cuando habla de grandes hombres, y me mantuve en mi idea de que se trataba de un lisiado invertido, que tenía muy poco de todo y demasiado de una sola cosa. ]


Al final de la adolescencia uno tiende a creer que la vida, su vida, ha de tener un sentido supremo y que existe un único camino para cumplir ese sentido. ¿A qué dedicarse? Esta pregunta se eleva entonces como la cuestión crucial, aquella de cuya respuesta depende todo. La urgencia de esta pregunta se asocia a un sentimiento angustioso: si respondo mal ---siente uno--- arruinaré para siempre mi vida. Así pueden pasar muchos años de la juventud, en busca del sentido definitivo, de la profesión definitiva, jalonados por crisis profundas que estallan cuando el camino elegido en un primer momento se percibe como un engaño, como un mero canto de sirenas.

La adolescencia y la primera juventud son duras. Lo son por varias razones, pero sobre todo porque todavía no se cuenta ni con la experiencia ni con la perspectiva suficiente para poder poner en cuestión los propios presupuestos, que son, en último término, los prejuicios incuestionados de la sociedad en la que se ha nacido.

Un prejuicio de nuestra época es conceder el máximo valor a quien sobresale por encima del resto en un campo determinado. A éste se le llama genio, cuando habría que llamarle más bien, con Nietzsche, un lisiado ---si es que el ser del loado no consiste en otra cosa que en aquello por lo que se le alaba, como con frecuencia sucede. El adolescente, por su parte, está oscuramente aguijoneado por la avidez de destacar. Este deseo es muy natural y cuesta mucho desprenderse de la esclavitud a que suele someter al hombre a lo largo de toda su vida. Pero el adolescente no lo sabe y se entrega a él ciegamente, y, en su ceguera, echa mano de todo, fundamentalmente de la creencia en el camino único, que en el fondo no es sino una tapadera para seguir concentrándose en una actividad en la que poder ser un genio y, de paso, menospreciar el resto de actividades que no concuerdan con la elección propia. Los educadores (padres, profesores, etc.) suelen, a su vez, jalear esta carrera del joven hacia la gloria, básicamente porque de esa forma todavía mantienen la oportunidad de descollar ellos mismos como mentores de la gran figura. Cuando, con los años, el grado de competencia entre los aspirantes a la genialidad se hace muy grande ---sólo hay lugar para muy pocos en las cimas del Parnaso--- las aspiraciones megalomaníacas de los vencidos se ven abocadas a dos destinos igual de miserables: la depresión de por vida o la conversión de la pureza inicial en puro arribismo ---pues todavía se puede conseguir estar en lo alto por medios ilícitos.

Es responsabilidad de los educadores, una de las más importantes en nuestra época, romper de raíz esta espiral demencial y degradante. Una forma de hacerlo es cuestionar sus principios. Mucho se ganaría si, para empezar, se comenzase por demoler el falso ídolo de la profesión perfecta. Cuánto no ganarían los adolescentes si en lugar de empujarles por una dirección única se incentivase su natural curiosidad hacia todos los campos del saber y de la vida. Lo que ganen en amplitud de mirada les servirá para siempre. Y estoy convencido de que esa amplitud no tiene porque ir detrimento de la profundidad. Con esfuerzo y trabajo se puede tener un conocimiento no meramente superficial de los reinos más importantes de la cultura, sin necesidad de ser un experto en cada una de las materias. Luego, efectivamente, habrá que especializarse en algo, el mundo laboral lo exige, pero cuanto más tarde se realice la elección, mejor, y cuanto menos debilite esa elección la curiosidad por todo, menos expuesto se estará a los prejuicios que imperan en cada ámbito específico, pues sólo quien los mira desde fuera es capaz de reconocerlos y lograr cierta inmunidad ante ellos.

El camino contrario ya lo predijo Nietzsche: el amargo laurel de la deformidad.

martes, 24 de junio de 2008

No todo es inspiración divina

Me entero por mi amigo Sherif El-Salhy de esta entrada en la web de David Russell.

La nota de David es interesante por varios motivos. Me gustaría destacar uno en especial. La gente tiende a imaginarse ---aquí el tópico ha hecho y sigue haciendo mucho daño--- que una buena interpretación es esencialmente fruto de la inspiración del intérprete. Claro que la inspiración y la intuición tienen un papel determinante en el resultado. Es más, probablemente sea lo que distingue una interpretación excelente de una meramente correcta. Pero para que la excelencia se haga presente es necesario el trabajo. Lo interesante de la entrada que comento es que este trabajo no es sólo trabajo en bruto, es decir, horas y horas de entrenamiento sin ton ni son. Es necesaria igualmente una disciplina adecuadamente regulada de acuerdo a una metodología bien pensada. La "chuleta" de David nos permite ver claramente que la forma y distribución del trabajo están perfectamente definidos por un sistema de control bien diseñado.

Cada intérprete deberá encontrar su manera propia de organizar su trabajo. Lo que resulta impensable, cuando de lo que se trata es de lograr resultados excelentes, es que sin un mínimo sistema de organización del trabajo se pueda conseguir algo interesante.

En definitiva, la música y el arte en general, no están exentos de las exigencias comunes a todas las tareas creativas de envergadura. Esto es algo que trato de comunicar permanentemente a mis alumnos, sin demasiado éxito, todo sea dicho. Por supuesto, hay que buscar un equilibrio entre disciplina y espontaneidad. Hay que evitar que un exceso de disciplina y metodología ahogue la frescura que debe haber en el trato con las obras musicales. Pero también es imprescindible impedir que la anarquía se apodere de nuestra voluntad y que, con la disculpa de la inspiración, el trabajo acabe sin dar fruto sepultado bajo una avalancha de problemas que sólo una preparación cuidadosa y sistemática puede frenar.

miércoles, 18 de junio de 2008

Contra el arribismo y la comodidad

Me entero por esta entrada en el blog de David Maeztu de que la última reforma de la Ley de Propiedad Intelectual puede poner en peligro el derecho a la cita de un texto protegido por un copyright restrictivo. Este derecho era, hasta ahora, prácticamente incuestionable en la mayoría de los casos comunes. Con la nueva ley las cosas podrían cambiar, las restricciones podrían ser mucho mayores, incluso hasta impedir la posibilidad de citar en un blog como éste fragmentos de obras protegidas.

Sean cuales sean las consideraciones técnicas que se puedan realizar en el caso concreto de esta ley, lo que está claro es que, por todas partes, se viene produciendo un proceso de clausura de los derechos habituales de transmisión y difusión cultural. Basta leer, por ejemplo, el libro de L. Lessig Free Culture [hay traducción al castellano], para darse cuenta de la magnitud del fenómeno.

No nos hagamos ilusiones. Es difícil pensar que pueda haber un cambio en la orientación que están adoptando los legisladores. Mucha es la presión que ejercen las entidades que comercian con las diversas formas de distribución y publicación de productos culturales basados en copyrights restrictivos. De haber una solución, ésta debería proceder de los propios autores. Mientras no sean ellos los que empiecen a tomar conciencia clara de la naturaleza de la situación y opten por licencias no restrictivas, como Creative Commons, no estaremos a salvo del deterioro cultural que este proceso de cierre va a ir generando.

Lamentablemente tampoco se puede ser muy optimista en lo último. Todos sabemos ---aunque nunca se diga--- que una buena parte de estos autores están ahí por obra de un esforzado trabajo de lucha por la supervivencia en un medio encarnizado donde la mayoría de las veces hay que renunciar a los principios y aceptar un mayor o menor grado de autotraición. Y cuando el empecinado arribismo no ha acabado del todo con la integridad moral y cultural del susodicho, lo común es encontrar comodidad y falta de cuestionamiento. El número de autores que se plantea seriamente publicar en unas condiciones en que sus propios derechos no acaben en manos de terceros es muy pequeño todavía. Decididamente corruptos o sumergidos en la inercia de las viejas formas de distribución cultural, los autores siguen, en su inmensa mayoría, sin darse cuenta del daño que con su actitud o falta de ella pueden ocasionar a su obra y a la cultura en general.

Es necesario que pase el tiempo suficiente para que nazca un nuevo tipo de autor, libre de servilismos y consciente de su responsabilidad cultural, algo que desde luego va más allá de su, por muy buena que sea, siempre pequeña obra. Ojalá ese momento no llegue demasiado tarde.

martes, 17 de junio de 2008

La literatura filosófica y la antifilosofía

Cada vez me resulta más difícil encontrar un texto filosófico contemporáneo que no se me caiga de las manos a las pocas horas de empezar su lectura. Mi desinterés ha llegado hasta tal punto que prácticamente renuncio a intentarlo. Podría pensar que, después de los centenares de lecturas filosóficas que he emprendido, no es probable encontrar ya algo significativo. Podría aventurar que los cientos de miles de páginas que se publican hoy sobre temas filosóficos no pesan nada si al otro lado de la balanza se pone una sola línea de Platón. Podría incluso teorizar, como ya se ha hecho, sobre el declive al que inevitablemente conduce el reconocimiento de la imposibilidad del sistema o, cuando menos, de la imposibilidad de un progreso en el desvelamiento de la verdad, cuyo último exponente sería quizá Husserl y alguno de sus epígonos.

Pero ninguna de estas hipótesis o cualesquiera otras de semejante cariz da en el centro del problema. El centro del problema, de este problema mío, y quizá problema de casi todos, sólo se atisba cuando se contrapone la literatura filosófica como un todo a la filosofía en su expresión primera, la filosofía socrática.

Ya Vlastos, en su obra seminal sobre Sócrates, Socrates, Ironist and Moral Philosopher, se ve en la necesidad de iniciar su especulación con la alusión a la famosa extrañeza o atopía socrática. Pero con anterioridad a todos los enigmas que para la filosofía postsocrática plantea Sócrates, se eleva uno, inicial, al que no suele darse respuesta: Sócrates no escribió filosofía.

Y, sin embargo, la filosofía, después de Sócrates, se ha hecho literatura. Con Platón comienza este proceso, pese a todos los matices que se expresan en el Fedro. A partir de la Modernidad y tras la progresiva especialización y regimentación de la Universidad, la filosofía ha devenido casi exclusivamente literatura académica.

¿No será que a la filosofía, primariamente un deseo, una necesidad radicalmente humana, ajena a disciplinas y departamentos, no le conviene esta máscara literaria? ¿No será que ese deseo se desvanece en el comercio de las palabras escritas, es decir, muere allí donde falta el encuentro real, cara a cara, que propicia el diálogo de los que están prendidos por el mismo amor?

Mal final, pues, para la filosofía, aherrojada en las páginas de un libro, de un libro hecho para especialistas, donde lo que cuenta es el número de citas tácitas o explícitas de los otros anti-filósofos, los que abandonaron su supuesto amor por las migajas de una más que sospechosa gloria literaria. Acaso también signo de la alianza contra natura entre filosofía y nihilismo, de la que Sócrates sería, por ello mismo, el único antídoto.

La filosofía ha llegado a su fin no porque la posmodernidad haya abierto la caja de Pándora de la equipolencia de razones y sinrazones. Ha muerto porque sus supuestos voceros se negaron a percibir el sentido de su vocación universal, que no era el de la proposición incontrovertible, sino el de la exigencia del diálogo, un diálogo donde lo que se pesan son las almas y no las páginas de un libro mudo.

lunes, 16 de junio de 2008

Hofstadter y la interpretación musical

Hace tiempo leí con frución y entusiasmo el estupendo libro de Douglas Hofstadter Gödel, Escher, Bach. Tenía para nosotros, jóvenes músicos que acabábamos de terminar nuestra carrera y no nos sentíamos meros artesanos del instrumento, un atractivo especial, ya presente en el título. La mayoría de mis compañeros no pudo pasar de las primeras páginas. Yo tuve mejor suerte, porque en la facultad de filosofía había estudiado el teorema de Gödel en profundidad, y pude seguir una buena parte del argumento de aquel grueso y maravilloso libro.

Tras esa experiencia, todo lo que venga de Hofstadter atrae inmediatamente mi atención. El caso es que hace días leí esta entrevista suya. En un momento de ella alude a la interpretación de la música clásica, y dice lo siguiente:

No presto mucha atención a quién interpreta la música clásica porque para mí la mayoría de los intérpretes de primera fila suenan muy parecidos. Hay, por supuesto, sutiles diferencias entre los grandes intérpretes, pero lo que para mí cuenta principalmente es la secuencia de notas y armonías del compositor, que está siempre ahí, casi perfectamente. Pequeñas variaciones en la forma en que se producen las notas y las armonías pueden tener pequeños efectos, eso es todo. La música clásica va de los profundos significados puestos en ella por el compositor y no de los sutiles matices que introduce el intérprete.


Estoy totalmente en desacuerdo con Hofstadter en este punto. Explicar en detalle las razones me llevaría mucho tiempo. Pero simplemente, creo que hay una confusión de fondo. La función del intérprete de una composición escrita, es precisamente darle la vida, realizarla. Sin su interpretación, la obra no existe, esa secuencia de notas y armonías de la que habla Hofstadter no existe si no es realizada por un intérprete. Una composición es algo así como un manual de instrucciones para la producción de una obra musical. El intérprete se debe atener a ese manual, teniendo en cuenta además que ninguna de esas instrucciones es perfectamente unívoca: hay montones de sobreentendidos y ambigüedades, que sólo la práctica musical y el estudio preciso de la época, del autor y de la obra pueden esclarecer. El resultado parece ser fruto solo del compositor. Pero, insisto, sin el intérprete no hay obra. Cuando el intérprete es malo, tampoco hay obra, o no esa obra, sino sólo un tosco remedo; cuando es bueno, tenemos ante nosotros una posibilidad de realización de la obra.

Ahora bien, es cierto que las posibilidades de realización de la mayoría de las obras de la música clásica pueden sonarle parecidas a alguien que está acostumbrado a percibir las diferencias allí donde lo escrito (el número de instrucciones del manual) es sólo un esbozo rudimentario (en el jazz, por ejemplo). Pero esto es más bien una cuestión de hábitos. Las diferencias de interpretación de una pieza clásica pueden ser enormes, si bien de un tipo muy diferente a las que tienen lugar dentro del jazz.

Lo que sí es cierto, y en eso tendría razón Hofstadter, aunque de una forma no sospechada por él, es que hoy por hoy la mayoría de esas "grandes" interpretaciones no son más que copias, hechas para su venta en el mercado, de versiones previas. Hoy por hoy cuenta más lo secundario de la interpretación (corrección, virtuosismo, etc.) que lo esencial, la apuesta por una interpretación viva. Cuando esa apuesta constituye el centro de una interpretación estamos ante una realización inconfundible e irrepetible de una obra musical.

En resumen, se debe prestar atención a las diferentes interpretaciones de una pieza de música clásica, porque, idealiter, no son meras versiones, sino realizaciones únicas de esa composición. Y cuando, como en la actualidad sucede con frecuencia, no estamos ante nuevas realizaciones de la obra, sino ante meras copias de otras realizaciones, de otras interpretaciones, entonces más vale apartarse de ellas, porque lo que oiremos no será otra cosa que una copia sin vida, un cadáver y, por ello, una trampa mortal para nuestra escucha.

jueves, 12 de junio de 2008

How to Design Programs: una joya

Los libros buenos son escasos. Los libros excelentes, rarísimos.

Hace un par de semanas, después de unos seis meses de satisfacción y arduo trabajo, terminé de leer el libro How to Design Programs [HtDP], un texto de introducción a la programación dirigido a estudiantes de toda clase, ciencias humanas incluidas.

Existen muchos libros de este tipo, pero ninguno de los que conozco cumple tan perfectamente como éste su objetivo, si exceptuamos el celebre SICP. Ahora bien, el SICP ---del que he leído con atención sólo una parte---, está, en primer lugar, casi exclusivamente orientado a estudiantes de lo que en nuestro ámbito llamaríamos "ciencias puras", y, en segundo lugar, no se esfuerza en hacer explícito el proceso de diseño de un programa, porque su objetivo es, más bien, la enseñanza de conceptos fundamentales de teoría de la computación.

El SICP sigue siendo una obra maestra imprescindible. HtDP, por su parte, aparentemente más modesto en sus intenciones, se convierte en una joya para los que, a la hora de programar, se sentían necesitados continuamente de la intuición feliz o, a falta de ella, recurrían a la nefasta práctica de picar código a lo tonto hasta dar con la solución por casualidad. No es que la intuición se convierta del todo en algo innecesario, lo que sucede es que HtDP explora ese reino de la heurística y consigue sistematizarlo de tal forma que la intuición final se obtiene casi sin esfuerzo, cae como el fruto maduro de un árbol bien cuidado. Va de suyo que un salto intuitivo considerable sigue siendo imprescindible allí donde la complejidad o novedad del problema no permiten una sistematización sencilla del proceso de descubrimiento. Pero en todos los demás casos, que son la mayoría, la aplicación de una disciplina rigurosa permite resolver en cuestión de minutos cosas que, de otra forma, requerirían horas. Además, la práctica en esa clase de disciplina tiene otros muchos beneficios, como la claridad y elegancia del código resultante, o la eficacia en la planificación de las baterías de prueba (test cases). En definitiva HtDP es un modelo de cómo enseñar programación, y, casi me atrevería a decir, un modelo de cómo enseñar en general.

Podría hablarse en detalle del tema, analizar la forma en que la "receta de diseño" ---el concepto clave del libro--- se va enriqueciendo a medida que se avanza. Pero basta con lo dicho para hacerse una idea. Sí es importante advertir que una lectura somera de sus casi 700 páginas no produce ningún resultado, que hay que realizar la mayoría de sus bien diseñados ejercicios, lo que en mi caso ha producido varias decenas de miles de líneas de código (si se incluyen los comentarios y las repeticiones), y que, por favor, hay que ir más allá de la primera parte para empezar a entender de qué va el asunto.

No puedo terminar sin agradecer a los autores, a Matthias y Shriram, sus respuestas a las correcciones que, con tanto gusto, les he ido enviando. Es un placer y un honor poder dialogar con gente de esta altura intelectual y, sin embargo, tan próximos y tan cordiales. Mucho tendrían que aprender los de aquí, infinitamente más mediocres, especialmente los de las humanidades y las artes, que permanecen engoladamente en su soberana inaccesibilidad, impartiendo su nadería sobre las masas anónimas de sus lectores a través de sus sacras y más que prescindibles publicaciones.

Carnaval de oposiciones en los conservatorios

[ Nota sobre derechos de copia: Puesto que un extracto de esta entrada puede haber salido publicada en medios periodísticos del país, no se permite copia y distribución de su contenido, salvo previa autorización de dichos medios. ]

Las oposiciones de este año para profesores de conservatorios de la Junta de Castilla y León volverán a ser, en unos cuantos casos, un paripé lamentable. Ya sucedió el 2002 y volverá a suceder ahora.

El texto de la convocatoria dice expresamente que se velará por el cumplimiento del principio de especialidad. Me pregunto qué clase de velar es aquél que permite que alguno de los tribunales evaluadores no cuente, ni tan siquiera, con una mayoría de especialistas, como sucede, por ejemplo, en percusión y en contrabajo.

Se me dirá que el caso no es único, que esto viene aconteciendo también en otras comunidades educativas. Y efectivamente es, o ha sido, así. Pero la objeción no tiene fuerza, pues el mal de muchos no puede consolar a ninguno de los seres racionales realmente interesados en la calidad de la enseñanza pública. Los políticos suelen utilizar estas mismas palabras, calidad de enseñanza, cuando se trata de sacar la oportuna rentabilidad a sus planes de mejora. La realidad, frecuentemente, suele desmentir ese discurso mediante hechos como el que ahora lamento. ¡Ay, si llegara el día en que los profesionales de la enseñanza alzaran su voz, todos a una, para contar cómo están de verdad las cosas!

Este caso concreto tendría una fácil solución: establecer acuerdos entre comunidades educativas para asegurar la constitución de tribunales plenamente cualificados en aquellas especialidades donde los funcionarios de la comunidad no fueran suficientes. Pero no, esto parece muy difícil. Es mejor hacer pagar el pato a los miembros del tribunal no cualificados que se encontrarán con el dilema moral de evaluar a quien no pueden ni deben, o actuar como títeres de la minoría de expertos y suscribir una calificación evidentemente parcial; es mejor menospreciar el derecho del opositor a una prueba digna; es mejor, en fin, hacer la vista gorda a las consecuencias que un fallo injusto pudiera tener para los hijos de los ciudadanos que financian con sus impuestos la educación.

Pero lo peor de todo ---al fin y al cabo estamos acostumbrados a la insensibilidad de las administraciones--- es que no se observan signos de rebeldía entre los profesionales de la enseñanza musical especializada, ni en éste ni en ningún otro asunto. Es concebible, si llevamos las cosas a sus extremos, que las administraciones cometan errores tan tremendos como éste, lo impensable y lo intolerable es que los expertos no traten de hacerles comprender la magnitud de su error.

En The Fall of Public Man, Richard Sennett investigó las razones que han llevado al hombre actual a su estado de narcisismo radical. Los profesionales de la enseñanza, en general, cumplen muy bien sus minuciosas descripciones. Ya no interesa nada más que el bienestar propio. La gente tiembla cuando puede ser nombrada miembro de un tribunal de oposición, aunque sea de su especialidad. Pero nadie pestañea cuando de lo que se trata es de defender la imparcialidad o limpieza de las pruebas.

Lo peor es este saberse condenado a la insolidaridad impuesta por la legión de los obsesos de su propio ombligo. Cuánto se echa de menos no pertenecer a esos otros colectivos, menos cultos pero infinitamente más humanos, que en otros momentos sí han sido capaces de sentirse miembros de un grupo y reclamar una mejora para todos. Aquí, entre los educados educadores, como entre los Eloi de Wells, reina la serena aceptación de cualquier barbaridad. ¿Para eso sirve la cultura?