martes, 28 de septiembre de 2010

Nihilismo y aledaños

Desde hace bastante, el nihilismo, su sentido, su origen, sus consecuencias, sus fenómenos paralelos, etc. han ocupado continuamente mi pensamiento. En algún otro lugar de este blog he hecho referencias a ello

Con ocasión de esta nueva entrada (cuánto tiempo sin volver al blog y cuánto, a buen seguro, el que transcurrirá sin que regrese a él) recuerdo libros extraordinarios, como muchas de las novelas de Dostoyevski, o releo mis propias reflexiones de hace algunos años, como estos fragmentos que ahora me atrevo a dar a la luz pública: Apuntes sobre el nihilismo.

Pero los interrogantes que para mí abre el nihilismo siguen siendo tan inabordables como el propio nihilismo.

Pienso, por ejemplo, en los personajes "nihilistas" de Los demonios de Dostoyevski. ¿Cuántos nihilistas verdaderos hay ahí? ¿Cuántos son sólo aparentemente nihilistas?

Hay también ahora aspectos psicológicos que reclaman mi atención últimamente. El motivo es múltiple. Parte de ese motivo nace de un intercambio teórico sobre figuras terribles de la historia contemporánea, no hace falta citar nombres, porque hay demasiados. Digamos que alguien, imbuido en un pensamiento de raíz oriental, teoriza del modo siguiente:


El problema de los grandes genocidas conocidos de todos es el de la perversión de una idea como consecuencia de un desajuste entre su "mundo onírico o ideal" y el "mundo real", concretamente de una imposibilidad por parte del asesino de canalizar la energía de su "mundo onírico o ideal" en el mundo real.


Pero una teoría como la citada comete el craso error de identificar al genocida nihilista con el mero loco, o, incluso, con ciertos tipos, bien humanos y no nihilistas, de criminales. No hay nada en este esbozo de teoría que permita distinguir un caso del otro. Y son radicalmente distintos, aunque pueda haber puntos de interferencia. Puede haber, en efecto, criminales y locos nihilistas, como también nihilistas que no actúan criminalmente ni locamente de acuerdo con lo que la sociedad estipula como locura o crimen. ¿No es acaso la sociedad contemporánea entera ella misma nihilista en un sentido muy profundo?

Así, y en franca oposición al esbozo teórico referido, tiendo a pensar que la locura, tal como la entendemos normalmente, esto es, la patología verificable en las consultas de psiquiatras o psicólogos, bien pudiera ser una reacción psicológica de defensa contra la amenaza nihilista.

Quisiera explicar ---y explicarme--- este último punto, sin pretender llegar a nada más que a dar vueltas sobre el tema.

Si adopto metáforas arbitrarias (mi conocimiento de lo oriental es limitadísimo), por ejemplo, la metáfora del corazón (o, en general, de la entraña) como sede de la voluntad y de la energía creativa, o la metáfora del alma (o del espíritu) como sede del yo en el sentido platónico, y por tanto, su centro existencial, moral, etc., podría elaborar la siguiente hipótesis psicológica. Algo de andar por casa, naturalmente, porque carece de rigor filosófico (mejor sería hacer un poema; pero ahora no me sale ;-) )

Las enfermedades paralizantes del ánimo, como la consabida y ubicua depresión, que, desde las metáforas aludidas, sería una parada del corazón, un debilitamiento absoluto de la energía psíquica, salvaguardaría al individuo, sometido a un conflicto interior de magnitud para él inabordable, del proceso verdaderamente destructivo que supondría la conversión de su alma ---siguiendo con las metáforas--- de fuente de luz en fuente de negror. Otros desequilibrios anímicos, en los que el sujeto se escinde o se rompe, también pudieran estar "protegiendo" al sujeto del salto nihilista. Por supuesto, el suicidio, mostraría en grado máximo esa forma de protección (Evidentemente, el Kirilov de Dostoyevski no es un nihilista).

¿Salto nihilista? El salto nihilista es una expresión más para captar algo así como el verse súbitamente "endemoniado" (en el sentido de Dostoyevski). El verdadero endemoniado mantiene intactas y a su servicio todas sus facultades psíquicas. No hay ahí la parálisis del depresivo; ni hay tampoco la escisión del esquizofrénico; ni, por supuesto, la voluntad suicida (el suicida, el premeditado, ama, ante todo, su dignidad, que no puede preservar en sus circunstancias actuales y para cuya salvaguarda debe acudir a la voluntaria cesación de su existencia temporal). Pero el nihilista, el Piotr Stepanovich, por ejemplo, está lleno de juicio calculador y pletórico de fuerza creativa. Su creación no es otra que la nada; la aniquilación, porque sí (y hay que subrayarlo), del mundo, potencia aniquiladora que puede enmascararse ideológicamente como se quiera, eso no sería más que una forma más o menos consciente de conseguir prosélitos y llevar a cabo el plan. Cualquier plan es intercambiable con tal de que su efecto coincida con el origen del que nace: la inexistencia absoluta en el alma del "endemoniado" de todo valor y de todo amor. El "endemoniado": un ser sin alma, o con un alma donde el ángel (diría, tal vez, un Platón cristianizado) ha sido suplantado por un demonio.

¿Cuál es el origen del salto nihilista? Imposible saberlo. Hay, naturalmente un clima dominante, un clima nihilista circundante. ¿Se nace nihilista? No lo creo. Pero me interesa más la pregunta: ¿Puede uno llegar a perder (volvamos con la metáfora) su alma? ¿Qué sucede, por ejemplo, incluso en el más enérgico y espiritual de los hombres, cuando en ciertos momentos de extrema penuria y conflicto insoluble, los recursos psicológicos habituales (depresión, desequilibrio psíquico patológico de todo tipo) no están a la mano, no funcionan, o dejan de funcionar porque que se superan y se cura la patología inicial? ¿No puede suceder que la energía psíquica salga indemne, que el corazón continúe palpitando firme y regularmente, y el sujeto logre destruir el conflicto echando mano de lo más simple: la degradación definitiva de los elementos que lo constituyen, su nulificación, su conversión en meras nadas, nadas que ya no afectan porque se viven como nadas? El otro convertido en nada, quizá en un sentido muy levinasiano: la nada activa y plena (el demonio) en que se ha convertido el nihilista asimila al otro a su nada.

¿Quién puede tolerar el asesinato del absoluto inocente? Esta pregunta del Iván Karamazov de Dostoyevski tiene una respuesta: sólo el nihilista. No puedo dejar de recordar, a propósito de esta última consideración, la primera secuencia de "Una historia de violencia", el film de Cronenberg, otra exposición maestra de un acto nihilista.

Banalidad del mal, diría Hannah Arendt, mal que nace de la conversión de todo ser, de toda existencia, de toda fuente de luz, en pura nada, en lo arbitrariamente prescindible, porque no es nada.