Las palabras no dicen la verdad. Pero cantar es desdecirse en cada aliento. El mundo son las palabras de la infancia, que el hombre olvida. El viejo ---como cantaba Aleixandre en un poema último--- lo sabe: "sólo el niño conoce", pues está solo. Por eso únicamente el niño se despide. El hombre es ya el despedido, el que está más allá de sus adioses, después y detrás ---en el olvido--- de sus adioses. Olvidar es vivir. El canto es la memoria de ese olvido. Sobre todo cuando brota, un día cualquiera, de esa luz imposible de la infancia ---aquel día cualquiera de nuestro calendario---, antes de que el cantor lo olvide, y viva.
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