jueves, 21 de enero de 2010

Cernunda y el amor

Luis Cernuda escribía lo siguiente en su 'Historial de un libro':

Son necesarios [...] algunos años [...] para aprender, en amor, a regir la parte de egoísmo que, no del todo conscientemente, arriesgamos en él.


Esta sentencia me pareció enigmática en mi adolescencia y en mi primera juventud. Con los años ---los años de los que habla Cernuda---, creo entenderla, a pesar de las discrepancias que en cuestiones de amor pudiera tener con el poeta sevillano.

La parte de egoísmo se deja gobernar precisamente porque, pese a lo que diría Freud, no es completamente inconsciente. Parece, pues, cuestión de proponérselo en alguna medida. ¿En qué medida?

Lo agudo de la reflexión cernudiana radica en que presupone sin más algo que seguramente poca gente estaría dispuesta a aceptar, a saber, que en todo amor hay implicada, querámoslo o no, sepámoslo o no, una parte de egoísmo.

Egoísmo aquí es otro nombre para referirse a una íntima e inexcusable necesidad. Esta necesidad es el signo o síntoma de una precariedad sustantiva. Y esta precariedad, a su vez, es la otra cara del afán de plenitud en que consiste el hombre. Así pues, nuevamente, Deseo frente a Realidad.

Sin sabiduría ---en el sentido griego del término---, este deseo de plenitud se lanza ciegamente sobre el cuerpo amado, en la absurda esperanza de que este cuerpo lo colmará para siempre. Lo absurdo de esta esperanza radica en que ella, por característica esencial de la existencia "mortal" ---como dirían, de nuevo, los griegos--- no tiene cumplimiento, no puede tenerlo, pues todo cuerpo está transido de tiempo, de finitud, de contingencia.

Este amor, que no es sabio ni quiere serlo, deviene entonces, en su continuo desacierto, amor posesivo en todas sus múltiples manifestaciones, de las cuales los celos es la más conspicua, aunque no la única ---inolvidable en este sentido la película Él de Luis Buñuel.

Cuando el egoísmo se ignora ---se quiere ignorar--- lo que se arriesga, ante todo, es la humanidad del hombre, en particular, su propio deseo de plenitud, que, al verse inevitablemente defraudado, se pierde en los escombros del fracaso amoroso.

Regir el egoísmo presente en todo amor no sería, pues, sino comprender desde las entrañas esta esencia del hombre ---no valdría, por supuesto, que la comprensión fuese meramente racional.

¿Pero es posible no renunciar al amor y aceptar su limitación intrínseca? No puedo imaginar más que dos formas humanamente practicables de hacerlo, ambas obviamente dolorosas, pues que se asientan precisamente en esa tensión entre Realidad y Deseo.

La primera es la "solución" de Cernuda, y de otros, ---pienso, por ejemplo, en el "amor intransitivo" de Rilke---, solución de clara raigambre platónica: convertir al ser amado, al cuerpo amado, en "pretexto" consciente del amante, acicate de su deseo, que se proyectaría, a través y por medio del amado, en aquello inaccesible a que apunta. El deseo mismo es aquí, en cierto modo, el objeto del amor. Amor, pues, que es básicamente narcisista, y al que cabe dedicar un vida. Cernuda, como es sabido, dedicó "La Realidad y el Deseo" precisamente a su solo deseo.

Los peligros de convertir al otro en mero medio, de instrumentalizarlo, resultan evidentes en este tipo de soluciones.

La otra alternativa es, si cabe, más dolorosa para los amantes, que ahora, sin embargo, estarían en igualdad de condiciones. Consistiría en compartir la nostalgia que emana de la experiencia de un amor que se sabe finito, inexorablemente fugaz e incompleto, especialmente allí donde el amor es mayor y más profundamente parece y quiere consumarse. Vivir el amor, pues, como una despedida, que, en el más maravilloso de los casos, dura toda una vida, ese breve tránsito que es el hombre.

La poesía no sólo puede decir mucho en este asunto, sino que además está embargada por él enteramente. ¿Acaso no es la tensión extrema entre la palabra y lo indecible a que apunta la misma tensión que vibra en todo amor?

2 comentarios:

  1. Me surgen algunas cuestiones cuya resolución, problablemente, aclare un poco mi eterna confusión..:

    -¿Dónde radica el egoísmo, en el deseo o en la realidad?

    -¿Es realmente el amor una necesidad precaria, o esencialmente culminante -aunque sea para un cuerpo, finito, y no para su alma, que tras la muerte del cuerpo tendrá que salir de nuevo a la búsqueda de sus partes, dispersas en realidades materialmente corpóreas-?

    -¿Nos permitiría la sabiduría de la que hablas percatarnos del "engaño amoroso"?

    -¿Es consecuentemente el amor una realidad corpórea, o esto se asemeja más a la construcción de una especie de puzzle en el que las piezas han de encajar "necesariamente" en determinada posición y compañía aunque, una vez desaparecida la realidad material de la pieza, esa sintonía tendría que buscar de nuevo su "cuerpo" para encontrar el "equilbrio"?

    -¿Hemos de aceptar y comprender pues la realidad egoísta del amor para evitar el fracaso? ¿Qué definiría una comprensión no méramente racional?

    Tal vez, demasiadas preguntas... Una opinión: quizás el amor no sea una despedida, sino una promesa de reencuentro ;-)

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  2. En esta interpretación que he hecho, por supuesto provisional, de la sentencia cernudiana, el egoísmo sería la otra cara del deseo, podría incluso matizarse que su cara ignorante de sí y, en esa medida, perversa, pero a la vez nunca del todo suprimible, porque la "sabiduría" no es nunca absolutamente perfecta.

    El amor es precario y culminante a un tiempo. Culminante porque en el "instante desmesurado" ---creo que era el término que utilizaba el propio Cernunda--- toca la plenitud. Precario porque este contacto es justamente fugaz, el más fugaz de todos. Los místicos han hablado maravillosamente de esta dialéctica entre culminación y precariedad.

    Yo creo que esta sabiduría nos permitiría, sí, en la medida en que fuese más y más completa, descubrir el "engaño amoroso" que yace en nosotros mismos. Difícilmente, el "engaño" que pudiera haber en otros. Se trata de conocimiento de sí mismo, sabiduría, otra vez, en el más alto sentido griego, pero que no veo que pudiera extrapolarse al otro, a no ser que cayeramos en otra clase de error, tan peligroso ---como nos recordaría Levinas--- la de asimilar al otro a mi mismidad.

    No entiendo otra forma de amor que la que se da ante "la presencia y la figura" del amado ---como diría Juan de la Cruz. Que haya presencia y figura más allá de la carne es algo que sólo el místico parece capaz de percibir. Por la misma razón no pienso que ningún amor sea reemplazable. Cada amor perdido, si lo fue de verdad, es una perdida incurable.

    Una comprensión no racional es una comprensión en sentido propio. Sólo se comprende realmente lo que se vive en las entrañas.

    Comparto tu opinión, aunque parezca contradecir la mía. El amor es promesa de reencuentro, como lo es toda despedida; es esperanza, la esperanza en estado puro. Pues esperanza y nostalgia son los dos lados de la misma realidad, depende en cada caso de dónde se viva el acento.

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