lunes, 25 de enero de 2010

El amador y el dandi

Tradicionalmente se ha entendido que el amor tiene su doble: el odio. Pero odio y amor son diferentes. Ninguno de ellos es meramente la ausencia de su supuesto contrario. Ni siquiera se podría decir que son contrarios, acaso sólo en sus efectos.

El amor requiere, para empezar ---y hablo sólo de lo que no son formas sucedáneas de amor--- del compromiso de los amantes. Sin amante, sin los amantes, no hay amor. El amor reside en los amantes y crea un mundo únicamente en torno de ellos, aunque pueda tener efectos sobre el resto, no necesariamente benefactores, piénsese, por ejemplo, en Romeo y Julieta, o en la razón por la que Hölderlin cantara:
[Dios] nunca perdona
que perturbéis la paz de los amantes.

El odio, a diferencia del amor, es de naturaleza vírica y ajeno a la actividad de sus operadores. El odio se instala, más bien, en la pasividad del que odia, allí donde todo resto de amor y compasión han desaparecido, para arrasarlo entero y reclamar toda su energía psíquica, que, desde ese momento, se concentra en el deseo de mal o muerte del ser odiado. Es probable que la mayor parte de las personas sea ajena, por fortuna, al verdadero sentimiento de odio, que no conoce misericordia ni perdón.

El amor difícilmente es puro y simple, pues, en tanto constructor de un mundo, debe vérselas con la complejidad inherente a todo acto creativo. El odio, por su parte, es de una pureza y de una simplicidad demoledoras. Nada ambiguo hay. Todo en él es deseo de destrucción, de aniquilación.

La aniquilación que el odio exige actúa también, y muy en especial, sobre quien la ejerce. El que odia se aniquila a sí mismo, al destruir en el otro el fundamento de su humanidad, premisa de todo odio en sentido propio.

Esta divagación por las inhóspitas simas del odio era necesaria para comprender mejor un sentimiento aparentemente análogo por su carácter destructivo ---tanto para su objeto como para su sujeto---, pero mucho más afín al amor, quizá precisamente su opuesto, el que tradicionalmente debería haber sido considerado como tal. Me refiero a la frialdad afectiva extrema, a la anestesia de los afectos.

Típico de este sentimiento es su carácter totalizador: todos caen en su red. En su formas extremas de manifestación, la frialdad se desentiende de los otros de manera bien distinta a lo que sucede en el odio. Más que aniquilados, los otros aparecen borrados, como bultos que no cuentan, molestos como máximo, pero indignos, por insignificantes, de la atención que tan fijamente sigue existiendo en todo odio.

Formas de anestesia afectiva en grados más o menos altos son frecuentes en personas que han amado y que, a la vez, han sufrido más de lo que han podido soportar.

La intensidad del dolor afectivo, como también sucede en el dolor físico, no es mensurable por medios objetivos. Tiendo, sin embargo, a pensar que lo soportable o insoportable de un dolor tiene que ver no tanto con su nivel de intensidad cuanto con su cualidad.

Si bien las manifestaciones de esta frialdad extrema pueden ser escandalosas, máscaras de buena disposición y buen comportamiento son mucho más frecuentes. Así, la entrega extenuante a un trabajo solitario, que requiere rigor y grandes dosis de paciencia sostenida en el tiempo, puede ser también un síntoma de frialdad en personas no proclives por naturaleza a tales empresas. Más expresivamente, la figura del dandi, protegido por su traje y sus suaves maneras, habla bien de esa distancia ante todo lo que en su día afectara tan dolorosamente, todo lo que ahora quedaría borrado de la consideración emotiva tras la displicencia de un refinado cinismo.

El último libro de Vicente Aleixandre, cima, a mi entender, junto con "Poemas de la Consumación", de su obra poética, contiene, en el poema que lleva por título "Diálogo de los enajenados", una escalofriante exploración de esta clase de dandismo al que me estoy refiriendo. Los dos personajes del diálogo son el amador y el dandi. No podía ser menos; pues, como propongo, se trata de dos formas presentes en la vivencia amorosa: cuando se vive como posible, y cuando ya, por insoportable, deja de serlo.

Creo que todos oscilamos o podemos oscilar a lo largo de la vida entre ambas variantes. Qué preponderancia tendrá cada una de ellas, dependerá seguramente del peso que en nuestra estructura anímica tenga cada momento de nuestra historia.

También creo que esta oscilación se puede producir ---y quizá sea el caso más frecuente--- no en períodos de tiempo relativamente largos que se suceden uno a otro, sino como momentos diferenciados dentro de un mismo período de tiempo, de un hora en otra, de un día en otro...

Oigamos un fragmento significativo del monólogo del dandi:

[...] Yo me paseo con mi bastón tristísimo
por la alameda última de mi ciudad sin paz.
Bultos, más bultos. Sueño. Mi sonrisa no mata,
pero sopla en los rostros y los borra. Pasad.

El fragmento y el poema al que pertenece merecería mucha mayor atención de la que yo he podido lograr en mis comentarios anteriores. Como todo fragmento poético contiene también bastante más de lo que un comentario pueda explorar. Sorprende, por ejemplo, el lirismo melancólico de los primeros dos versos. No parece encajar enteramente con la descripción del dandismo que he propuesto, donde la frialdad debería abarcarlo todo y donde, por ello, no resultaría apropiado ningún tipo de implicación afectiva.

Quizá, y esto añade verdad a la posibilidad vital del dandismo, el dandi, el frío, el despegado de todo amor, no esté completamente desprovisto de afectos y, en particular, del sentimiento amoroso. Quizá el dandismo de carne y hueso consista primordialmente en un rechazo de todo lo que se arriesga en el trato con los otros, de una desesperanza o recelo definitivo respecto de los amores concretos, de las relaciones que se establecen entre las personas, los bultos que no cuentan.

Pero el dandi aún mantiene su amor, de una forma depuradísima dentro de sí y sólo para sí, en el olor de una flor, por ejemplo, como se expresa en otro momento del poema, pero ya no en el beso, residuo de un engaño "burgués" ---se dice también allí---, donde falta la terrible lucidez que se obtiene al comprender la falacia de todo amor humano. En este sentido, el dandismo sería una posibilidad, aún más radical y a la vez devastadora, de vivencia del amor, cuando el amor entre los hombres ya no se soporta, una más que habría que añadir a las consideradas al final de mi comentario de hace unos días a una frase de Cernuda.

No quisiera terminar sin aludir de nuevo a Hölderlin. En la casa de Tübingen donde el poeta suabo vivió "loco" durante casi cuarenta años hay un grafiti que nadie ha borrado ---al menos todavía estaba allí la última vez que la visité--- y en el que se lee: "Hölderlin no estaba loco".

¿No podría ser que Hölderlin, el amador, tuviera que acudir, más o menos conscientemente, y bajo la máscara de un fingido Scardanelli, a una suerte de dandismo extremo, que le protegiera para siempre de todo su pasado y todo su futuro?

2 comentarios:

  1. Hay cuerpos que reclaman miradas atentas a su interior para poder apreciar su belleza, quizás olvidada; hay quien hiberna para encontrarse después con la primavera que, aunque no lo creamos o lo veamos, todos los años llega.

    "(...)La primavera, mi vieja amiga, me había sorprendido en mis tinieblas; de lo contrario, la habría sentido venir de lejos, en el despabilarse de las ramas entumecidas y en el soplo apacible que rozaba mi mejilla; habría esperado de ella alivio para mis males. Pero la esperanza y el presentimiento habían desaparecido poco a poco de mi alma.
    Ahora había llegado ella en toda la gloria de la juventud.
    Me parecía que yo también reencontraría la alegría(...)"

    Asimismo, los hay que no buscan, ni miran, porque nunca apreciaron su valor o quizás les causó daño a los ojos...

    "(...)No hace mucho, vi a un niño tendido al borde del camino. La madre que me velaba había extendido solícita un cobertor sobre él, para que dormitase dulcemente a la sombra y el sol no le cegase. Pero el niño, no queriendo permanecer así, arrancó el cobertor y le vi cómo intentaba mirar la luz amiga, hasta que los ojos le dolieron; entonces, volvió llorando su rostro hacia la tierra.
    ¡Pobre niño!, pensé, a otros no les va mejor, y estuve a punto de renunciar a esta curiosidad temeraria. (...)"

    Pero la primavera existe, sólo hay que olvidarse de los párpados y echarse, por si acaso, una mano de visera: si el sol ciega, es que quiere iluminar aquello maravilloso que tenemos dentro, que nada más se ve cuando, a veces, nos asomamos a los ojos de los otros, aquello que algunos olvidan, que otros esconden... Pero que nunca muere.

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  2. ¡Ay, anónimo esperanzado, que me citas al Hölderlin del primer Hiperión, la voz del amador, sin duda!

    Pero el dandi está ahí, siempre al acecho. Saberlo es la única posibilidad de combatir con él, si es que combatirlo es lo que al final resulta tener más sentido y si es factible hacerlo.

    Quizá sea necesario aclarar, en general, tanto en lo que respecta a este comentario, como a otros anteriores o venideros, que el que autor de estas reflexiones, no considera ninguna "solución" en particular como la que debiera en todo caso seguirse ---¡líbreme el cielo de tales malentendidos!---, aparte de que dudo que uno pueda decidir completamente sobre estos asuntos; el autor se limita, más bien, a describir lo que haya podido encontrar en su vivencia que sintonice con la vivencia de otros ---poetas, en concreto--- en tanto posibilidades existenciales, bien reales, a las que no se puede dejar de prestar atención, so pena de verse envuelto en ellas sin conciencia alguna. Porque, al fin y al cabo, la poesía, también es una forma de lucidez, a pesar de lo que parece, abierta, naturalmente, a múltiples interpretaciones, de las que las mías son sólo un ejemplo, mejor o peor, pero ---eso lo aseguro--- no meramente especulativas, no meramente lúdicas.

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