jueves, 28 de enero de 2010

La lucidez del poeta

El poeta es lúcido donde el pensamiento no suele ni puede serlo. Cuando hay poesía, y no prescindible e insípida versificación, hay también lucidez.

La lucidez del filósofo, en las pocas veces en que puede hallarse, no basta. El poeta es necesario, pues sólo él pone los cuerpos, ese alear del viento, esa mirada fugitiva e insustituible, bajo la luz de su palabra.

Palabra que acoge el tiempo, pero no el tiempo objetivo de la ciencia, ni siquiera el tiempo fenomenológico de la vida (Bergson, Husserl), sino la sustancia misma del tiempo, cada una de esas cosas insignificantes de las que científico y filósofo hacen abstracción metódicamente necesaria.

Pues la poesía es recuerdo, cercanía del corazón al latir del tiempo que vive en los seres fugitivos, arrojados a un heraclíteo fluir, donde se gasta y se juega la vida, la nuestra, la única que al cabo enciende nuestros ojos, porque la amamos, porque la perdemos.

11 comentarios:

  1. No, es recuerdo porque nunca muere... No se pierde.

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  2. La vida no se pierde porque queda en la poesía, en el recuerdo.

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  3. La poesía no se pierde porque en su recuerdo vivo es el eco, los ecos, que integran nuestras voces, del mismo modo que el poeta las integra, las suyas y las de otros, en su voz hecha eco y recuerdo. Algún día me gustaría matizar más esta idea.

    Se pierde lo que amamos y se retiene en la memoria, que es amor. Pero lo que amamos no es su memoria, aunque el amor no muera, como diría el poeta que quiso habitar el olvido.

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  4. Quizás sea verdad y la vida no muera porque, al fin y al cabo, la poesía es la vida y sin vida, no hay poesía. Si una muere, ¿qué sería de la otra? Es como cuando contamos a un niño el cuento que nos narraba nuestra abuela: siempre quedará algo de la abuela en el cuento, aunque ya no esté... Si muere la vida, muere la poesía; por eso la poesía nunca muere y siempre hay vida en ella, porque de ello se alimenta.

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  6. En el texto he hablado de la "sustancia del tiempo", de las cosas, no de las cosas en general, sino de ésta y aquella cosa, bien concretas, únicas, incanjeables, insustituibles, arrojadas al fluir. Que cada cual ponga una concreta cosa de las que ama realmente, preferiblemente una persona, un ser amado.

    "Vida" es, naturalmente, y a la luz de lo que se dice en el texto, una metonimia, por lo que se ve desafortunada, que representa a cada uno de esos seres amados. Es a ellos a quienes perdemos. Nos queda su memoria, pero no ellos mismos. La poesía es su recuerdo.

    Pero el recuerdo no es su presencia. Anhelante impresencia en el mejor de los casos, por recordar el verso de uno de mis poemas preferidos.

    Ni siquiera el místico, de tan esperanzado amor, podía verse libre de la aporía del tiempo:

    dolencia
    de amor que no se cura
    sino con la presencia y la figura

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  7. Por lo mismo que he dicho en el último comentario, la abuela, si no está, no está en el cuento, ella misma, en cuerpo presente, porque no puedo besarla ni abrazarla. Lo que no implica que algo quede de ella en el cuento y justo por ello ---porque no está ella---, su anhelante impresencia, a través del cuento, suscita nuestra melancolía.

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  8. Es cierto pero, ¿sería el mismo cuento si no nos lo hubiera contado antes la abuela?
    Platón decía que "el cuerpo es la cárcel del alma"; el cuerpo es aquello hacia lo que nuestro cuerpo puede manifestar su amor y la poesía es, quizás, lo que puede manifestárselo al alma... A lo mejor digo burradas, pero no me importa mientras me mantengan con vida. :-P

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  9. Aunque también es cierto que el amor que se manifiesta con el cuerpo puede colmar el alma... Serían, pues, formas diferentes de amor, aunque no por ello han de darse en momentos distintos en el tiempo. Una forma muere y la otra no, pero no por ello es menos real -o "vital"-.

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  10. El cuerpo es el alma y el alma el cuerpo. O, si quieres, menos rotundamente, ambos no pueden separarse. Así es como lo veo yo.

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  11. Siempre queda la posibilidad de que el alma se separe después de la muerte, como piensan muchos, quizá yo también. Pero, justo por eso, el muerto tal vez sienta que para el vivo es sólo una anhelante impresencia, como ya presintió el poeta J.A. Valente poco antes de morir.

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