La realidad es compleja y las matizaciones son imprescindibles y nunca completamente suficientes.
En mi anterior artículo me referí a la necesidad de una toma de decisión consciente y meditada cuando se trata de estudiar música en serio.
Claro, es relativamente fácil hacer esto cuando se es adulto. Pero lo habitual es que la música se empiece a estudiar a una edad temprana, donde esa conciencia y capacidad de decisión no existen. Por otra parte, tampoco en la infancia se puede apelar, salvo en casos extraordinarios, a una vocación perceptible, pues la mayoría de las veces o no está presente todavía o, como mucho, se halla en un estado demasiado incipiente como para que pueda ser un punto de referencia determinante.
Parece, pues, que se genera una contradicción insalvable. Se nos recomienda ---dirían los padres--- que hay que dejar de actuar a la ligera, pero no tenemos criterios para obrar adecuadamente.
Gran parte de esta contradicción tiene su origen en lo que, a mi entender, es una infraestructura inadecuada de la enseñanza musical en nuestro país. En mi opinión, y salvo casos muy excepcionales, la enseñanza instrumental debería comenzarse entre los once y los doce años, después de un período más o menos largo de práctica musical global, no especializada. Si, para ser más realistas, se acepta la posibilidad de iniciarse en el instrumento con anterioridad a la edad sugerida, debería hacerse de una forma menos intensa y siempre en un marco colectivo y liviano para los niños. Sobre esto podría extenderme mucho, lo reservo para otra ocasión. En definitiva, no creo que los conservatorios profesionales deban asumir la impartición de enseñanzas elementales. Y creo que los que idearon la infraestructura de la que hablo estaban pensando en que el entonces llamado grado elemental fuese poco a poco absorbido por escuelas de música, que, dotadas de proyectos bien diseñados, pudiesen ofrecer una vía de formación tanto para aficionados como para niños, dejando abierta, en este último caso, la posibilidad de una preparación más intensa y meticulosa cuando se percibiese en el alumno una vocación musical y una capacidad suficiente como para iniciar, con posterioridad, los estudios profesionales.
Este ideal se cumple en muy escasa medida. Y de momento, los conservatorios siguen teniendo que asumir la formación de los pequeños sin una estructuración de las materias curriculares y de la distribución horaria que convenga a su edad.
¿Qué hacer entonces? La cosa no es sencilla, pero aún se puede tratar de equilibrar con el esfuerzo tanto de los padres como de los profesores. Los profesores tienen que adaptar su enseñanza a esta realidad reduciendo todo lo que sea necesario y hasta el límite de lo posible el nivel de exigencia, sin que ello suponga un detrimento en la eficacia de la formación. "Poco, pero bueno", sería la máxima rectora aquí. Los padres, a su vez, tienen que colaborar creando hábitos de trabajo en sus hijos ---algún trabajo es necesario, es inevitable--- y, muy especialmente, valorando a lo largo de esos primeros años, junto con el profesor, el grado de implicación del niño. Ni que decir tiene que habría que abstenerse de empezar o de continuar allí donde se observa una reticencia significativa por parte del niño, cosa que sucede más veces de las que quisiéramos, porque lógicamente los niños también tienen derecho a saber si quieren o no hacer lo que sus padres proponen. Después de dos o tres años de trabajo en esta dirección debería quedar más o menos claro si ha surgido en el alumno la vocación suficiente y la consiguiente capacidad de trabajo como para continuar los estudios a un nivel profesional, donde el grado de dificultad ya no puede reducirse artificialmente.
Lo que sugiero no es una panacea universal, pero es, al menos, un primer paso para buscar un equilibrio. Y tampoco con ello quedan resueltos todos los problemas. Algún día habrá que hablar de cómo también en la adolescencia se producen desequilibrios inevitables que dificultan mucho el desarrollo de una enseñanza musical especializada. Queda para la próxima reflexión.
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Hay quienes no entienden que la musica no se obliga...A las malas quizá se aprende, pero no se "ama"...la Música es para amarla...y cuando se ama todo es mas facil...
ResponderEliminarespero tu siguiente reflexión.ya que y estoy estudiando para educador musical y este articulo me dio otro panorama de lo que yo pensaba. gracias
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